Opinión

Historia: intimidad e identidad

La historia la constituyen los hombres que han construido civilizaciones entre la fuerza constitutiva del saber antropológico y lo íntimo que se formula en comunión participativa con otros hombres, en cuya relación se originan tiempos complejos, en «duración» y «coparticipación», que cada vez convierte la historia en presentes generacionales, al tiempo que los fenómenos históricos conducen a una manifestación de guerras mundiales, ideologías mundiales, crisis económicas mundiales. Es el problema que ha conducido al fenómeno al que se le ha dado el nombre de «globalización». Simultáneamente con esto han surgido los tres temas que preocupan más a los hombres protagonistas de la historia, con intensidad de interés creciente: Universo, Átomo, Hombre. Nos preocupa con fuerza creciente la fuerza de la Naturaleza y los cambios que origina absolutamente al margen del conocimiento y posibilidad de control. Aprendemos todo lo que sabemos acerca de cómo vivimos. El clima oscila; el nivel del mar oscila cientos de metros; la estabilidad de la tierra se encuentra en entredicho. El cambio puede producirse, puede haber un giro climático que provoque una nueva era glaciar; puede, como consecuencia de nuestra propia contribución, un cambio atmosférico (polvo CO2 y otros gases de efecto invernadero) que produzca un calentamiento global. Es esencial montar la respuesta de todos desde el origen mismo de la especie. Hasta el siglo XX el mundo era un sistema abierto; había presión de crecimiento poblacional, se podía ordenar la distribución de masas poblacionales aligerando los excesos para distribuir la población allí donde se necesitaba más, haciendo factible el gran problema de las crisis de épocas, en que se produce complejidad de control y ordenación en alimentación, enfermedades, trabajo con participación de la mujer, organización de emigraciones espacios de territorios más ricos. Ese decisivo escenario de respuestas que es necesario prevenir no se improvisa y ha producido la necesidad de establecer identidades, desde las simples hasta las más complicadas, referidas a género, grupo de interés, Nación, Religión, Civilización, Humanidad. Cuestiones, insisto, que dependen de importantes variables para crear universos sociales definidos y tecnológicamente desarrollados. Sin embargo, cada instante se advierten menos identidades y mucho más intimidades. El mundo se nos aparece más diverso y sujeto a aconteceres cósmicos; es necesario un saber y conocer específico de los fundamentos de la Antropología cultural que proporcione el acceso a un mundo humano y personal con normatividades perfectamente estudiadas y asimiladas, para lo cual se considera fundamental el respeto a la intimidad. Porque después de habernos abierto al mundo sus realidades, normatividades en cuanto fenómenos existentes es, absolutamente preciso, es absolutamente necesario acceder a otra región: el mundo humano y personal que se llega por la Antropología que se distingue por su capacidad de intimidad: lo que pensadores españoles como Zubiri y Ortega y Gasset han denominado «ensimismamiento».

La intimidad es, ante todo, posesión en grado diverso del propio acontecer, es decir, sustentación de la propia presencia en el mundo, autoconocimiento de la mente, ser y conocer no mediados, en definitiva, percepción como mismidad. Todo conocimiento, toda operación humana, en cuanto humana, se siente asistida por la intimidad. El sujeto, en todo momento de su vida consciente, percibe que es él y no otro quien conoce y actúa. Percibe, además, que es él quien dura y no otro quien conoce y actúa. Pues, efectivamente, toda acción humana y toda obra cultural se caracteriza por emanar y dimanar de la profundidad de la intimidad. La profundidad de la intimidad es otro rasgo típico del ser humano. Otros vivientes de la sensación animal les falta lucidez. En el hombre, el desfondamiento humano permanece en estado de suspensión dinámica y proyectiva hacia la alteridad, en cuyo perfil de relación se encuentra la identidad histórica; porque el hombre es un ser dialéctico en constante proceso de futurización. La Historia no renuncia a conocer, que, en realidad, es comprender. Julián Marías lo encontró en su gran libro «Antropología metafísica»; suma de datos positivos de las ideas.