Opinión
Los niños muertos
Aquella urna transparente asaeteada de tubos, válvulas y fluidos en ir y venir era el prólogo del fin más injusto. El pequeño vivía conectado a los últimos avances médicos en el camino a su propia muerte. Todas las funciones vitales llegaban desde fuera de la cápsula...los pulmones, los riñones, el corazón, el cerebro...el bacilo había anidado en un cuerpo que llegó a tener seis años antes de que el torrente apagara todos y cada uno de los elementos de esa magia de la naturaleza que es la infancia. Una parca vieja y desdentada había venido a por él. Una muerte con la guadaña mellada se iba a llevar a un niño. Entramos por la parte de atrás del Hospital Vall d´Hebrón y bajamos plantas, abrimos puertas que se cerraron a nuestro paso y llegamos a esa estancia donde la luz es tan nítida que siempre dice la verdad.
En la Unidad infantil de Cuidados Intensivos es donde la claridad es capaz de limpiar la razón para asistir con dolor al triunfo de la ignorancia y el nuevo chamanismo sobre la sanidad pública. De nada sirvieron los portes de antitoxina diftérica que llegaron en un avión de Aeroflot. De nada sirvieron las lágrimas. De nada sirvieron todos los esfuerzos de todos los miembros de un equipo sanitario volcado a turno completo. Aquellos padres que un día creyeron que una vacuna iba a causar una reacción perversa en su pequeño se agarraban al último resquicio de la esperanza, la emoción y la culpa...sobre todo la culpa. Habían creído y habían sido engañados. Esa muerte evitable y prescindible había llamado treinta años después a su casa de Olot. En España desde el 45 se inició la vacunación, veinte años después se sumó al tétanos y la tos ferina. De este caso que les cuento va a hacer ya más de tres años y en su momento generó un debate sobre la vacunación obligatoria. Recién estrenada en su cargo de Ministra entrevisté a Carmen Montón y ella insistía en que lo importante era «la información» más que la obligación. Todos sabemos que una infección por una enfermedad que se creía erradicada nos pilla siempre con falta de elementos de respuesta, en este caso la antitoxina tuvo que venir de Rusia. De la misma manera que se abrió ese debate se cerró sin conclusiones y hoy se siguen escuchando mensajes «antivacunas». Quien está dispuesto a matar a un niño no merece espacio público y ante esas creencias ciegas la información solo no sirve. En materia de salud pública no hay elección.
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