Opinión
La economía del azúcar
Alejandro von Humboldt, que se acreditó como gran historiador mexicanista en su formidable «Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España» (4 vols., 1822), es autor también del «Ensayo político sobre la isla de Cuba» unos años antes, donde destaca el valor de la Gran Antilla en el siglo XIX por su economía azucarera, que forma, con el sólido Virreinato de la Nueva España, una consistente estructura económica exterior fuertemente unida al desarrollo del Estado liberal español.
Los dos libros citados del sabio alemán en un mundo atlántico fuertemente centrado en el Mar Caribe explican también las razones por las que España había puesto en práctica dos formas de actuación para el control de la Isla: en política y en economía. Económicamente, un sólido sistema arancelario sobre exportaciones e importaciones cubanas, tanto para nutrir la Hacienda Pública como para favorecer la consolidación de monopolios, peninsulares e insulares; pero, sobre todo, para impedir cualquier opción semejante a las que germinaban en España. Eran los años 1824-1830 en que, como consecuencia del crecimiento expansivo de la economía azucarera basado en la producción de «haciendas» y la fortuna de «hacendados», el mercado interno español no podía absorber la riqueza azucarera, de modo que ahondaron con los grandes centros de compra europeos y estadounidenses, con detrimento de los circuitos comerciales españoles. La base productiva del azúcar en los «ingenios» radicaba en la abundante mano de obra esclava, que originó un trasvase de capitales que adquirió un incremento trepidante entre 1870 y 1900, que dio origen a ciclos sucesivos de formación de fortunas.
La explicación de cómo durante el siglo XIX Cuba y su economía azucarera de vanguardia generaron un entramado financiero fuertemente ligado al Estado liberal español, lo que representó un inevitable acoplamiento entre dos etapas económicas y un doble control coercitivo, político y económico, con los consiguientes fenómenos arancelario y monopolístico, peninsulares e insulares, que perjudicaron los sectores centrados en la producción cubana. Cuba, a lo largo del siglo XIX, fue una pieza clave en el Estado liberal español, originando un primer ciclo de formación y crecimiento de fortunas en hacendados colonizadores, convertidos en prestamistas de la Corona y en comerciantes españoles que defendían sus intereses particulares. Surgió por esa vía un importante número de fortunas medias.
Un segundo ciclo, de contrato directo entre élites cubanas del azúcar y élites políticas, con figuras principales como José Zulueta, de Cádiz, o Agustín Wünch, de Santander, originó de tal modo entre 1860 y 1898 un ciclo social y económico de formación de fortunas. Se promueve una corriente de trasvases de capitales cubanos a la España peninsular, metrópoli política, y a Gran Bretaña, metrópoli económica de Europa, en los dos grandes centros que fueron Liverpool y Londres, descansando en un triángulo de intereses: La Habana, Londres, Madrid. Se fundaron casas de comercio hispano-cubanas, creándose una estructura empresarial de carácter familiar, paralelamente a compañías hispano-antillanas en Inglaterra: Marqués de Murrieta, Solar y Compañía, Ayala, empresa ultramarina, Campuzano, Alonso Jiménez e Hijos; incluso criollos fundadores en España como los Condes de Vegamar.
¿Se trata de una fase histórica de transición? En todo caso, sí. Historiográficamente, con preferencia como fase de plenitud. Toda etapa histórica que transcurre en el tiempo, hace a todas las etapas transitivas. Pero ya advirtió el historiador francés Lucien Febvre en sus «Combats pour l’histoire» que es un fácil cliché, pero muy pocas veces puede tener manifestación en la realidad para definir un período histórico. Nos remitimos al toque de atención supuesto por el sabio alemán Von Humboldt llamando la atención en los dos libros citados más arriba, que fueron una advertencia al mundo sobre un núcleo histórico México-Cuba en un momento que se marca en el Occidente americano algo superior y más importante supuesto por la estrategia atlántica, centrada en el inmenso Caribe, en las riberas intercontinentales de dos continentes y dos océanos gigantescos y plenos de riqueza.
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