Opinión

Una revolución poética

El movimiento romántico surge en Alemania a finales del siglo XVIII y desde allí se difunde al resto de Europa. Es un movimiento juvenil de liberación de los espíritus de la sujeción a los modelos del arte clásico o pseudoclásico. «Romantic» aparece por primera vez en Inglaterra, en la segunda mitad del siglo XVII, indicando, irónicamente, «cosas que solo ocurren en las novelas», es decir, supuestamente irreales. La palabra clave no apareció hasta el siglo XVIII, cuando nace una nueva sensibilidad con lo fantástico e irracional, misterioso, extraño, melancólico o terrorífico. Lo romántico era lo extraño, lo ruinoso, los paisajes, lo antiguo y lo medieval. Filosóficamente, el nacimiento del concepto es de 1798, cuando Friedrich Schlegel en la revista «Athenaum» define la poesía romántica como una «poesía universal progresiva centrada siempre en el futuro y tiene como algo suyo estar en evolución y no poder nunca presentarse como una poética completa, que además presentaba una radical exigencia de espiritualidad nueva». Era precisamente cuando aparecían en Inglaterra las «Baladas líricas» de Wordsworth y Coleridge, anuncio de una revolución poética, dirigida «a dar color de realidad a lo sobrenatural por las emociones expresadas» y también a «revelar el misterio escondido en las emociones más humildes de cada día».

En la literatura hispanoamericana, la prosa romántica tuvo eco de protesta política, línea en la que adquirió un significado muy particular la obra del ecuatoriano Juan Montalvo (1832-1889) en el significado de la lucha contra la dictadura y la tiranía; la oposición de Montalvo y su literatura combativa en oposición a la violencia política. En el caso de Montalvo su ataque se dirigió directamente contra el dictador Gabriel García Moreno. Gran figura del Romanticismo hispanoamericano fue el peruano Ricardo Palma en sus «Tradiciones peruanas», cuya originalidad se hace literatura europea inspirada en Bocaccio y el Aretino de donde extrae un largo criticismo en las «Tradiciones». En la novela, el romanticismo sigue la senda sentimental en el colombiano Jorge Isaacs (1837-1895), autor de la novela «María» (1867), que es una especie de caldera en la que se advierten múltiples influencia francesas: «Paul et Virginie» de Bernardin de Saint-Pierre; «Atala» de Chateaubriand; «La nouvelle Heloise», de Rousseau.

El romanticismo de «María» radica en la nueva sensibilidad como la novela se abre al paisaje americano en cuanto reino de lo exótico y el halago sutil de la melancolía y el encanto de la soledad en un ambiente natural rico en contrastes. Y la presencia de la muerte como contradicción de la existencia, expresado en el amor imposible de dos seres de distinta cultura y tradición que plantea el problema romántico del amor en la relación social. Estas mismas realidades en humanos de diferente pensamiento son muy interesantes para señalar una condición importante en el romanticismo hispanoamericano de indecisión ante la necesidad de decidir con urgencia la planificación del pensamiento.

Tal como lo entendemos me parece importante el mexicano Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), que entronca en su obra con el «costumbrismo» de impronta española. Autor de una gran novela, «Clemencia» (1869), y de modo sobresaliente «El Zarco» (1886), se representa en esta novela el período 1861-1863, tras la guerra civil entre reformistas y clericales, donde Altamirano se sacude las trabas del romanticismo sentimental para convertirse en escritor realista. Precisamente, en el realismo, ya en las postrimerías del siglo XIX, se ofrece como representante altamente cualificado el chileno Alberto Blest Gana (1830-1920), gran conocedor de la literatura francesa; sobre Balzac puso de manifiesto su influencia en una serie de novelas en las cuales, según el ejemplo de la «Comedie Humaine», representa el drama profundo. Así vemos, por ejemplo, sus novelas «Martín Rivas» (1862) y «Los trasplantados» (1904), que ofrecen una interesante palestra con una evidente intención moralizante. En Colombia, Tomás Carrasquilla (1858-1940) ya es precursor claro de las tendencias modernistas, con las primeras poesías de Gutiérrez Nájera y Rubén Darío.