Opinión
Dalí en la República amarilla
Los de la República amarilla andan este verano reordenando fuerzas y estrategias para no matarse sin conseguir nada. Quim Torra y Pedro Sánchez escenifican con discreción el famoso chiste del dentista. Lo importante es que el dinero llegue y acordarse de los presos con esas manualidades que no darían para un aprobado en primaria por muy enrollado que fuese «el profe» o «la seño». Llenar los barandales con tiras de bolsa de basura amarilla refleja perfectamente que ellos están con los envases y se ocupan poco de la materia orgánica. Con las cadenetas amarillas completan las entradas a los pueblos de estelada sobre mástil sobre rotonda.
Alguna universidad extranjera o sin máster para colegas podría investigar la relación entre regímenes corruptos y rotondas. En los escenarios del dispendio, la falta de transparencia, el colegueo y el correr de pasta son una peste. En el escenario que nos ocupa adquieren su sentido por las banderitas y sobre todo por las esculturas que dieron para un tres, un cuatro, un cinco o quién sabe qué tanto por ciento. En la República amarilla sección gerundense los pueblos ya se autoproclaman independientes, en cada puente sobre la carretera recuerdan que «som república» y hasta los cuarteles de la Guardia Civil donde reza eso de «Todo por la Patria» izan la bandera unos minutos no sea que los de la fiebre amarilla se confundan de patria... quedan los GEAS por si hay que sacar a los que llegaron sin vida a lo más profundo de las Islas Medas.
Vivir, educarse así en esas tonalidades e incluso tomar una copa de ratafía con hielo pues lleva lo que lleva. Es meritorio, heroico a ratos y casi siempre agotador tratar de ampliar la paleta de colores con la que estos paletos monocromáticos hacen el trabajo fin de curso de pretecnologia, que cuenta más para la media final que las matemáticas o que la lengua castellana. A refugio de este ambiente normalizadamente opresivo solo se puede estar en una cripta a la fresca. Por eso no han podido todavía con Dalí. Él sigue enterrado en su Museo Teatro, él sigue con una foto del rey emérito de grandes dimensiones en una de sus paredes, él sigue en un islote bañado por el surrealismo. Español, monárquico, artista, ansioso, obsesivo, astifino, egoísta y con su herencia para el Estado. El independentismo no ha podido apropiarse de él y el «constitucionalismo» sigue arrastrando sus complejos. Cualquier día Torra pide la herencia y borra a Franco de las fotos con Dalí. Ojo a la próxima bilateral.
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