Opinión

Crear emociones

Con su optimismo cristiano, Fernando García de Cortázar nos invita en su último libro «Viaje al corazón de España» (1) a descubrir paisajes de nuestra Patria, su historia, y sus gentes, para intentar emocionarnos. Defiende desgarrándose, nuestro ser como pueblo y extrae todo lo que puede unirnos, lo positivo que albergamos, algo que en estos tiempos se pone en tela de juicio.

Por supuesto no se crean emociones en poco tiempo. Los que ponen de ejemplo a la España de Felipe González de 1992 –Olimpiadas de Barcelona, Expo de Sevilla, AVE– bien saben que su espíritu se cimentó en los años –décadas– anteriores. Pensando en el futuro, aquella frase suya es significativa: «Si alguien hubiera creído que era mérito tirar a Franco del caballo, tenía que haberlo hecho cuando estaba vivo». Era una especie de liquidación de existencias, algo que el actual PSOE pretende reponer rompiendo todo lo que representó la Transición. Imagino que algún buen sociólogo sabrá explicar el fenómeno: los hijos de quienes hicieron la guerra, los que recibieron de sus padres el mensaje de que todos tenían parte de culpa y de que un conflicto de estas características no debería repetirse jamás, dieron por cauterizada la enorme herida social que comenzó en 1934 y no finalizaría hasta bien acabada la Segunda Guerra Mundial en la que siguieron luchando sobre suelo europeo diferentes ideologías. Hoy, los nietos de aquellos pretenden reabrir heridas. Escribirá con acierto Francisco Rosell (2) «desde Zapatero, el PSOE prefirió ser hijo de la Guerra Civil más que padre de la Transición, huérfana de repente tras haber sido la envidia de otros países».

Si 1992 se gestó antes, también se ha abonado desde hace años la situación actual de desvertebración de España. Y si queremos recomponerla hará falta una profunda reflexión –en esto los intelectuales y los creadores de opinión tienen una enorme responsabilidad– y una corriente regeneracionista de nuevo cuño. Habrá que convencer a unas minorías nacionalistas –del orden de dos millones en Cataluña y algo mas de un millón en el Pais Vasco– de los frutos indiscutibles de la unidad de acción, enteramente compatible con singularidades y diferencias que no son tantas como nos quieren contar los corrosivos e interesados excluyentes.

Se ha cedido demasiado durante demasiado tiempo. Y nuestra Ley Electoral tiene parte de culpa. Para no hablar de vascos y catalanes ya sabe el lector lo que puede representar en el Congreso el voto único –el 176– de un avispado partido canario.

Recoge García de Cortázar, un hombre que estuvo durante años en el punto de mira de los asesinos etarras, el comentario de un antiguo escolta: «¡ETA ha ganado; antes nos mataban; ahora nos mandan!» Trágico.

Crear emociones. Las creó Prim que unió a toda la sociedad española –por supuesto la catalana– en un solo grito. Incluso se crearon tras el desastre del 98 y en las guerras de Marruecos, a pesar de graves carencias y de errores políticos y militares. Ahora parece que solo reservamos emociones nacionales para algún campeonato deportivo. Pero lo emotivo del ciudadano español sigue presente, aunque localizado individualmente, con lealtades a un club, a una tradición de pueblo, o a un concierto de verano capaz de reunir a miles de personas unidas por la devoción a un ritmo, a unas letras o a una mística. ¿Qué falta para que estas energías puedan integrarse en un proyecto común como pueblo? ¿Es que no conciben que esta unión es vital para defendernos de fanatismos yihadistas, para canalizar las incontrolables avenidas migratorias o para defendernos industrialmente de competidores cercanos incluso los arropados bajo una misma bandera europea? ¿Tan cortos somos que tras el atentado de Las Ramblas aún discutimos competencias y responsabilidades? ¡Son los asesinos los responsables!

No es fácil responder a lo que García de Cortázar piensa sobre que «el Gobierno tenía que haber creado emociones en torno a la idea de España y no limitarse ahora a aplicar solo castigos».

¿Cómo se pueden crear emociones cuando se ataca directamente al corazón del Estado por quienes proceden de un chantaje político y económico continuado –llámese 3%– que ahora pretenden maquillar en forma de reivindicaciones políticas? De quienes enriquecidos por el trabajo de sacrificadas migraciones interiores, las utilizan ahora como Caballos de Troya contra el Estado.

Pudimos ser ejemplo en Europa y en el mundo tras nuestra Transición. El odio puede convertirnos en nuevos hombres de las cavernas. El pasado no tiene fin. Lo malo es que habiendo inyectado odio en parte de nuestra sociedad –se puede llegar a romperle la nariz a una madre, por un simple trozo de cinta amarilla– perdemos todos.

Y alguien lo aplaude o lo aplaudirá, no lo duden.

(1)Editorial Arzalia.

(2)El Mundo. 29 Agosto 2018