Opinión
Lecciones de Vietnam
El cuerpo de John Mc Cain (Panamá 1936-Cornville 2018) ha regresado a la Academia Naval de Annapolis en la que se graduó como oficial en 1958. En octubre de 1967 era abatido cerca de Hanoi en plena Guerra del Vietnam (1955-1975). Había sido su vigésima tercera y última misión a bordo de un «Skyhawk» de la Navy. Hijo y nieto de almirantes de cuatro estrellas, demostró durante los más de cinco años de duro cautiverio una entereza extraordinaria en la que destacaba su tenacidad por defender su dignidad y la de sus hombres como prisioneros de guerra. Regresaría envejecido, sin poder levantar los brazos por encima de los hombros, cojeando. Humilde, agradecía a Dios el regresar con vida. Miles de sus compatriotas no pudieron decir lo mismo.
El funeral del hombre seis veces senador por Arizona y dos aspirante a la presidencia de los EE.UU, ha sido una muestra de esta capacidad extraordinaria del pueblo norteamericano por unirse y cicatrizar heridas. Los sesenta kilómetros entre Washington y Annapolis, una demostración popular de patriotismo. Porque como dijo Henry Kissinger en su funeral: «Nuestro país ha tenido la suerte de que, en momentos de adversidad nacional, surgieron algunas grandes personalidades para recordarnos nuestro sentido de unidad e inspirarnos para cumplir nuestros valores». ¡Siento sana envidia, querido lector!
Mc Cain por encima de su afiliación republicana puso siempre el interés de la nación. Nunca le perdonó a Trump –vetó su presencia en el funeral– que minusvalorase su participación y la de miles de americanos en la dura guerra del Vietnam. El repetía: «Algunos principios van más allá de la política». Con un sentido del humor propio de las personas inteligentes, siempre antepuso el deber y el patriotismo a sus preferencias personales. Por supuesto como hombre de acción, tuvo sus errores y furibundos enemigos. Los peores, como suele pasar, los de su propio partido. Le endosaron durante un tiempo una hija extramatrimonial habida con una prostituta negra cuando en realidad se trataba de una niña adoptada en Bangladesh.
En estas mismas páginas (1) se resumió el ambiente de su funeral: «Cuando el patriotismo y el republicanismo ciudadano no sufren el desprecio obstinado del sucio tribalismo y esa charlotada disfrazada de ingenio actualmente al mando». Porque se habló de honor, valor y decencia. El mismo repetiría en vida: «Son los principios democráticos los que permiten consolidar el sistema de libertades y de separación de poderes».
A esta lección del pueblo norteamericano, añado otras dos referidas a la Guerra del Vietnam que pasó por trágicos momentos de incertidumbre no solo en el campo de batalla sino en la retaguardia nacional. No es momento de buscar culpables. Si de valorar estadísticas positivas en medicina regenerativa en el campo de batalla: en el Vietnam de Mc Cain solo un 75% de los heridos en combate podía regresar a sus hogares; hoy en Irak o en Afganistán han podido hacerlo el 92% .
La última lección es más compleja. Debido a una serie de circunstancias –entre las que la presión de la calle fue esencial– se decidió que el tiempo de permanencia en zona de guerra de la mayoría de unidades expedicionarias no fuese superior a los seis meses. Se había roto un principio básico de la milicia: la voluntad de vencer. Recién llegado a zona, el soldado asimilaba con fuerza todo lo asimilable: territorio, metereología, lenguas locales, formas de combate del Vietcong en selva y en núcleos de población, rescates, etc. Y durante los primeros meses se imbuía de la misión y de sus responsabilidades. Pero a partir del cuarto o quinto mes, pensaba más en el relevo y en el retorno que en la voluntad de vencer. Y sin esta voluntad y sin el apoyo de su población, pocas naciones escapan de la derrota.
Tras ella se implantó en toda la región un férreo comunismo. Antes que los EEUU, Francia había estado presente en aquella Península en la que dejó rasgos importantes de su cultura. La España de Isabel II había contribuido a ello, apoyando vitalmente a las tropas de Napoleón III desde nuestra Capitanía General de Manila.
Todo se lo ha llevado a la tumba el «Captain» Mc Cain. Ni sus peores enemigos han discutido su decisión de ser enterrado en la Academia Naval.
Hablamos de un hombre que dejó dicho: «Hay algunas cosas más importantes que tu partido, la ambición, el dinero, la fama o el poder; cosas por las que vale la pena arriesgarlo todo; principios que son verdades eternas que permanecen».
¿Alguien sería capaz de decir esto en nuestra España?
El mundo ha perdido a un estadista; los EE.UU a un héroe; nosotros, un ejemplo.
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