Opinión

El otro 1 de octubre

No solo fallaron aquel 1 de octubre las previsiones de los servicios de inteligencia y las medidas tomadas por el Ministerio del Interior. Fallaron también los provocadores y, menos mal, se evitó lo que hubiera podido ser un domingo sangriento. Poco a poco van despuntando los hilos de quienes tejieron aquella jornada. Ya se le escapó entonces a Marta Rovira líder de Esquerra Republicana sector Vic, la mentira de que las autoridades españolas amenazaron con «muertos en la calle» si el referéndum tenía lugar. Supuestamente involucrados el Sindic de Greuges y el propio Arzobispo de Barcelona, no tuvieron mas remedio que desautorizarla publicamente. Nada más lejos de las intenciones del Gobierno, que tuvo que luchar con deslealtades y con iniciales y manipuladas informaciones referidas a «miles de heridos en las calles y cientos de mujeres vejadas por la policía» como aseguraría la propia Alcaldesa de Barcelona.

No dudo de que algunos buscasen un «domingo sangriento» como el que trágicamente se vivió en Londonderry (Irlanda del Norte) un 30 de enero de 1972. De una manifestación teóricamente pacífica de unas 15.000 personas que protestaban contra la detención sin juicio, de sospechosos de pertenecer al autodenominado Ejército Revolucionario Irlandés (IRA), se desgajó un grupo que la emprendió a pedradas contra unidades militares desplegadas en el sector católico de la ciudad. Una mala coordinación entre Policía y Ejército, unas ordenes que nunca debieron darse a un Regimiento Paracaidista, dejaron sobre el terreno 13 muertos –a los pocos meses se sumaría otro– y 30 heridos, la mayoría jóvenes. La trascendencia de aquellos hechos internacionalizó el conflicto. Surgió todo un movimiento a nivel mundial –con incendios de embajadas del Reino Unido incluidos– que dio indiscutiblemente impulso al IRA. El Gobierno inglés en repetidas ocasiones –especialmente durante el mandato de Tony Blair– reconoció errores, asumiendo sus responsabilidades. Pero alguien empujó interesadamente a aquellos jóvenes de 17 años a enfrentarse a curtidos paracaidistas; tras utilizar gases, pelotas de goma y chorros de agua, tuvieron que recurrir al uso de sus armas.

Con los posibles muertos, ha vuelto a la carga recientemente Agustí Corominas, uno de los ideólogos del «procés»: «sin muertos la independencia de Cataluña tardará más», como si fuese preciso un acelerador como el del Ulster. Ante las iniciales reacciones de Rufián (ERC), Zaragoza (PSC) y José Rusiñol (SCC), matizó Corominas que la vía elegida para la independencia no era precisamente la que deseaba muertos. Pero el mensaje estaba lanzado: se flirtea con la violencia, para inmediatamente ponerse de perfil y aparentar ser contrario a ella. ¿Quién mueve hoy los hilos de los CDR, los ultramontanos comités de defensa de la república?

Corominas que sostiene que en «todas las independencias ha habido muertos», no es un analfabeto al uso, ni un advenedizo de la política. Lo que sutilmente mezcla es independencia con revolución, olvidando que en una democracia como la española no cabe una revolución; existen suficientes canales en los que expresar sentimientos y necesidades. Profesor de Historia de la Universidad de Barcelona conoce perfectamente los acontecimientos del Ulster y otros movimientos como el Maidan ucraniano o los sangrientos de Kosovo.

Su trayectoria política ha seguido paralela a los acontecimientos de la Cataluña de estos años: procedente de la Fundación Trias Fargas involucrada en el saqueo del Palau, tuvo la habilidad de reconvertirla en Fundació CatDem, al tiempo que ostentaba el cargo de Director de la Escuela de Administración Pública de la Generalitat, puesto del que fue apartado por aplicación del artículo 155 . Y de aquella olvidada Convergencia i Unió (CiU) pasando por CDC, llegó al PdeCat del que ahora reniega, para formar parte del núcleo duro de la Crida Nacional per la República que se presentará en Manresa este próximo sábado día 27 como paso previo a la creación del Consejo de la República, tres días después. ¿Acelerar más?.

A caballo entre la cárcel de Lladoners y el Parlament –Jordi Sanchez y Gemma Geis– los ideólogos de la Crida pretenden reunir «un frente amplio e ideológicamente muy diverso» en un claro guiño a los votantes de las CUP.

Tiempos de movimientos inciertos en que nos jugamos algo más que las simpatías –y los votos– por unas siglas. Hay quien mueve sutilmente sus hilos, sin importarles ni las noticias falsas, ni el uso de la «máquina de picar carne», ni –llegado el caso– el uso de la violencia.

Me pregunto cómo pueden hacerlo personas formadas, conocedoras de las incertidumbres y consecuentes riesgos a que pueden llevarnos.

La misma pregunta que me sigo haciendo cuando leo y releo las barbaridades que fue capaz de ejecutar una sociedad culta como la alemana en los años cuarenta del pasado siglo.

¡También se equivocaron de líderes!.