Opinión

Marsilio de Padua (1275-1342)

Autor del tratado «Defensor Pacis» (1324), obra que marca un hito en la historia del pensamiento político. Es muy probable que estudiara Medicina en la Universidad de Padua. En 1313 fue Rector de la Universidad de París, donde tomó contacto con importantes averroístas y es famoso por su tratado antipapista, citado anteriormente, y que cuando fue publicado su autor fue obligado a emigrar de la Corte de Luis de Baviera, en Núremberg, y el papa Juan XXII le calificó de hereje. Marsilio de Maianardini, que este era su apellido, trabajó para Luis de Baviera y fue autor de diversas obras imperiales.

El «Defensor Pacis» rechazaba las pretensiones papales a la plenitud de poderes, según habían sido expresados por Inocencio IV, Egidio de Roma y otros en los siglos XIII y XIV. El antagonismo de Marsilio de Padua era tan radical que dejaba reducido a la nada el pensamiento papal. Se planteó, en efecto, demostrar qué papado y clero debían estar sometidos, no sólo en lo temporal sino también en lo espiritual, al gobernante secular que actuara «por la autoridad del pueblo». Opinaba que los poderes del clero debían reducirse a la administración de los sacramentos y la enseñanza de la Ley divina.

La extrema radicalidad de las tesis de Maianardini era la derrota del intento de basar la sociedad humana sobre valores religiosos y bajo control eclesiástico y las posibilidades para una sociedad exclusivamente secular bajo control de un gobierno elegido por el pueblo.

Tales premisas figuraron en la teoría general del Estado de Marsilio de Padua y la reiteración de ser tal objetivo la ley natural, moderna, cuando en realidad las ideas en las que se basó su teoría del Estado fueron creación del mundo antiguo: la visión teleológica de Aristóteles del Estado en la realización racional del deseo natural del hombre de una vida satisfactoria, por consiguiente utilitarista, para conseguir los fines últimos: «vida satisfactoria», «bien común» y «justicia». Como ha sido señalado, el segundo tema de la teoría política de Marsilio es un utilitarismo negativo y minimalista centrado en la inevitabilidad de los conflictos entre los hombres y la necesidad de instrumentos como el derecho y el gobierno para regular los conflictos, sin lo cual, repite, la sociedad humana se destruiría. Aquí resuelta una idea positiva de Ley que se mantiene frente a su concepción no positivista de la Justicia.

El tercer nivel de la teoría política de Marsilio de Padua: el pueblo es la única fuente legítima de toda autoridad política y el que debe elegir y, en su caso, exponer el gobierno, presenta muchos argumentos para adoptar el reflejo de la posición «republicana». Tal republicanismo juega un papel importante en la subordinación política del clero y el papado.

Marsilio representaba la posición más vanguardista tanto en la concepción del poder y del gobierno de la Iglesia. Continuaba siendo medieval en su visión de la Cristiandad, como un total integrado en los órdenes civil y eclesiástico, pero era avanzado y en consecuencia más moderno, afirmando una teoría ascendente del poder. La hipótesis de Marsilio de Padua representaba la posición más avanzada en la teoría ascendente del poder basado en la soberanía del pueblo, llegando a establecer el sufragio universal como factor legitimador último de toda ley y gobierno. Defiende la plena autonomía del Estado como una congregación de ciudadanos perfecta y soberana. El «Defensor de la Paz» empieza por definir la autonomía del Estado y el ciudadano como participante del poder consultivo y judicial.

Son los ciudadanos quienes tienen la potestad de establecer las normas de conducta obligatoria. A esta teoría política de la soberanía del pueblo también alcanzó el jurista Bartolo. En el segundo discurso del «Defensor de la Paz», después de examinar el poder y la estructura de la Iglesia y tras una amplia consideración de la pobreza –abre las puertas de la humildad a la sencillez y la virtud– de acuerdo con la conclusión establecida en la primera parte de su teoría, niega también la «plenitudo potestatis» del Papa dentro de la Iglesia, se opone al concepto de monarquía papal y establece que sólo el Concilio General debe tener potestad para legislar. Tal doctrina conciliarista alcanzó su máximo con Guillermo de Ockham, que mantuvo la misma vía moderna.