Opinión
Adiós José Luis Pellicena
En tierras de China me alcanza la triste noticia de la muerte de José Luis Pellicena. Debía andar yo por los siete u ocho años cuando lo vi por primera vez en la Novela de TVE interpretando al Raskolnikov de «Crimen y Castigo». Fue así cómo surgió mi afición por Dostoyevsky a temprana edad y también cómo se inició mi admiración por el difunto actor. Tardé muchos años en conocerlo y fue gracias a Abigail Tomey, una actriz extraordinaria que hace años, por desgracia, dejó de prodigarse en las tablas. Pellicena interpretaba por aquel entonces el protagonista de Llama un inspector y fue un placer encontrarme en persona con él y comprometerlo para una entrevista radiofónico-televisiva. Recuerdo aquellos minutos como un verdadero disfrute en el que pude desgranar una carrera artística que llevaba siguiendo desde la infancia.
En un momento dado, Pellicena, muy sorprendido, me dijo: «¡Te lo sabes todo!». No era cierto, pero resultaba imposible para un amante del teatro como yo pasar por alto al primer actor que llevó a los escenarios españoles Amadeus –interpretaba a Salieri– o a una reina Isabel que, en realidad, no era mujer. He visto alguna necrológica estos días acusando a Pellicena de ser anacrónico en su modus interpretativo. No lo era en absoluto. Se trataba, por el contrario, de uno de esos actores inolvidables de la talla de José María Rodero o Manuel Galiana con una capacidad difícil de superar a la hora de dar vida a los personajes. La entonación, la elegancia –incluso aunque encarnaran a seres despreciables– el arte dramático quedaba –queda– de manifiesto en un par de frases. Cuestión aparte es que hoy en día en que muchos actores no saben ni siquiera vocalizar se mire como pasado de moda lo que resulta indispensable en el teatro, ese campo de batalla donde se conoce a los intérpretes de verdad.
Recibió buenas y merecidas críticas Pellicena por aquella versión del drama de Prietsley al que me refería antes. Recuerdo que incluso nos comentó a Abigail y a mí que acababa de casarse –con seguridad ya no cumplía los setenta– y que estaba más que feliz. Me hace ilusión pensar que sus últimos tiempos fueron de dicha, de serenidad, de paz. A los que lo vimos en los escenarios y disfrutamos de su labor de décadas nos quedará siempre el recuerdo de su maestría imperecedera.
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