Opinión

William Faulkner

Entre 1815 y 1860 se produjo en América del Norte un fuerte fenómeno de inmigración europea. Cinco millones de personas, la mayoría de origen británico (55%) y el 30% de origen alemán. El 60% de estos inmigrantes se establecieron en las regiones del Norte de los Estados Unidos, sobre todo en Pensilvania, Nueva York y Nueva Inglaterra; el 40% restante, en las regiones del Sur. Esto, unido a la línea democratizadora establecida desde el mando único del presidente Jackson, produjo algo importante en el país: la división de un fenómeno regionalizador, que es también consecuencia de la puesta en valor económico. La primera realidad fue la formación del «reino del algodón», ligado a la revolución industrial inglesa: el algodón es el cultivo principal del Sur de Estados Unidos. Durante más de sesenta años la exportación llega íntegra a Liverpool; desde 1860 hasta final del XIX, Gran Bretaña absorbe sólo el 60% de la exportación total. El desarrollo del Sur de los Estados se vincula al «Cotton King» y a la agricultura básicamente; grandes haciendas de plantación y predominio de la mano de obra negra esclava. En la regiones del Norte de Estados Unidos las oleadas de inmigrantes optaron por la industrialización y el urbanismo de la valoración del espacio y la riqueza.

La aprobación del «Compromiso de 1850», rápidamente convertido en ley nacional, fue recibido con alivio. Cuando Lincoln fue presidente el 4 de marzo de 1861 el fantasma de la secesión parecía imposible poderlo llevar a cabo, pues iba a ser imposible identificar la Unión con la libertad, la democracia y la igualdad de los ciudadanos con la ley. No es sorprendente que los mejores escritores norteamericanos, Faulkner, Caldwell, Wolfe, hayan sacado su fuerza creadora de las consecuencias de la Guerra de Secesión, el choque violento del Norte contra el Sur, y el destrozo de este último en la guerra civil contra el Norte.

William Faulkner, de familia aristocrática venida a menos después de la Guerra de Secesión, creció en la atmósfera legendaria el viejo Sur, feudal y agrario, contrario al Norte, burgués y mercantil. Ha sido el más estudiado por los críticos literarios franceses, donde se han originado análisis sobresalientes acerca de los temas de sus obras y los mecanismos técnicos que dan sentido a lo mejor de sus escritos. Hay que decir, sin embargo, que los críticos literarios franceses se han centrado, históricamente, en el pensamiento y han descuidado las contingencias sociales. Así André Malraux, al prologar la traducción francesa de «Santuario», escribía: «Santuario es la introducción de la tragedia griega en la novela policiaca»; el resalte en una fórmula comunicativa al carácter de fatalidad que parece pesar sobre los héroes de Faulkner y sus historias siempre envueltas en un ambiente próximo a lo melodramático.

Es evidente que el análisis realizado por Jean Paul Sartre sea mucho más profundo, es también el de un filósofo de oficio. Su artículo titulado «La temporalidad en Faulkner» (1939) no sólo hizo época como análisis de «Ruido y furor», sino, sobre todo, como un modo de pensar propio de Sartre y de modo fundamental como un hito en la elaboración de la teoría de la novela: «Salta a la vista que la de Faulkner es una metafísica del tiempo. La desgracia del hombre es ser temporal. Un hombre es la suma de sus propias desgracias; podría pensarse que la desgracia terminará un día por cansarse, pero entonces el tiempo se convierte en nuestra propia desgracia».

Al comprobar la obra de Faulkner con la técnica novelesca de Proust se establece entre ambos un paralelismo que ha sido extremadamente desencajado de la realidad histórica, que es a la que pertenece el campo operativo de la temporalidad. El Faulkner establecido definitivamente en Oxford es el de la madurez, después de la concesión del Premio Nobel de Literatura (1949), para dar conferencias por América, Europa y el fascinante Japón. El año de la crisis apareció «El sonido y la furia» que crea el condado imaginario, es decir mítico, fundado sobre el potente espacio histórico de Oxford con el conflicto pasado-presente, entre el bien y el mal como desmoronamiento de la decadencia del Sur; como una metáfora inagotable de la derrota y la desintegración de su novela trasladada al Sur de los Estados Unidos: la forma transformada el significado.