Opinión

Mentiras y silencios

Ya nos lo advirtió Cicerón: «la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio». Vivimos tiempos en que ambos conviven. Cuando la mentira se generaliza con viento a favor –viral como se dice ahora– todos son valientes, brillantes, adorados por los medios. Ellos mismos se definen como «asaltantes de los cielos» y realmente seducen a unas masas necesitadas de líderes más o menos carismáticos que apuntan necesidades reales y recogen frustraciones. Lo encaja el psicólogo americano de moda Jonathan Haidt al decir en discutible sentencia: «no estamos diseñados para encontrar la verdad; lo estamos para lograr la victoria».

Pero en cuanto en vez de cielo tocan tierra y se enfrentan a la realidad de las enfermedades, el cansancio, las hipotecas, los hijos o las traidoras ambiciones de compañeros de travesía, resulta que no son tan brillantes. Pronto se cobijarán en el silencio. Como diría Kennedy «son los que buscando el poder cabalgando a lomos de un tigre, acaban dentro de él». Allí guardan para siempre silencio.

Vivimos estos días la crisis de un pueblo hermano como es el venezolano. Hasta hace poco, la mentira se imponía no solo en la opinión pública internacional, sino que tenía fuertes ramificaciones en nuestra política nacional. No solo Cuba, Bolivia, por supuesto Rusia, participaban en el orquestado enredo, sino que muchos otros países jugaban con un silencio encubridor. Busquen las actitudes de la Argentina de los Kirchner o del Brasil del Partido de los Trabajadores. Incluso la bien considerada Uruguay de Mújica.

Y de pronto todos piden un cambio. Incluso unos aleccionan a los militares para que tomen o respalden un cambio de poder. Y hacen bien por ahora los uniformados en no pronunciarse, a pesar de ciertas apariciones coloreadas y sazonadas de entusiasmo bolivariano que suenan a huecas. No están hechas las fuerzas armadas para algaradas callejeras. Saben que las fisuras les llevarían a la guerra civil. Saben que si usurpan el poder pueden acabar sentados ante un tribunal. Saben que frecuentemente han sido engañosamente requeridos con la política intención de «usar y tirar».

Todos en nuestras mentes comparamos la situación venezolana con nuestras experiencias históricas, incluidas elecciones amañadas, asesinatos de líderes de la oposición y golpes de estado. Incluso sin salir del continente americano lo relacionamos con otros experimentos revolucionarios, constatado hoy su fracaso en Nicaragua o en Cuba. ¿Se hubiera llegado a la misma situación de Venezuela en el Chile de Allende?

Volviendo a casa, entre mentiras y silencios viven:

– los que dijeron que «España nos roba» para acabar ellos y sus secuaces haciendo caja en familia, insolidarios con hermanos de misma madre.

– los que asaltaban cielos para luego ser incapaces en la tierra de conectar a su propia acometida eléctrica, una caseta de la Guardia Civil con una bombilla y una bomba de calor.

– los que, mal digerida una alfombra roja de gloria temporal, declaran que no escribirían sobre un héroe irrepetible como D. Blas de Lezo, sencillamente «porque no me da la puta gana». Seguramente no tienen ni idea del personaje o consideran insuficiente la mordida económica propuesta.

– los que limitan sus horizontes a próximas elecciones, cuando lo que necesitamos son estadistas que piensen en el mañana de unas generaciones que, precisamente, se mueven inciertas sin la ilusión de un futuro prometedor.

– los que se vanagloriaban «envolviendo el Congreso» de los golpes que recibió rodando por el suelo un antidisturbios, olvidándose del sacrificado y duro trabajo de estos servidores del Estado a los que les toca cumplir una de las mas ingratas misiones en beneficio del bien general y de nuestra propia seguridad.

Me viene a la cabeza aquella viñeta de un recordado Mingote, en la que un Guardia Civil lleva sobre sus hombros a un etarra al que salva en una torrentera en plenas inundaciones en el País Vasco. Puede más su divisa y su respeto al honor, que los posibles sentimientos que fluyan en su mente. Y son muchos los españoles que dejando de lado cólera y odio piensan como Mingote; que respetan tanto a los antidisturbios como a la memoria de Blas de Lezo; que no quieren que ninguna región se sienta robada por otra, porque ninguna, por derechos históricos que esgrima, es superior; a quienes duele como se ventila en una tibia Europa, un tema tan doloroso como el intento separatista de una parte de la ciudadanía de Cataluña, de la que ahora conocemos silenciados pactos comprometidos a precio de puro chantaje.

Nos esperan jornadas dolorosas. Más que nunca es necesario que una sociedad rica en historia y sentimientos, alegre en su día a día, no permanezca impasible ante la mentira y no se deje corromper –Cicerón– con su silencio.