Opinión
La utopía de Thomas More
La Historiografía inglesa sobre las «guerras civiles» históricas de la modernidad se inicia en la década de 1640, no estando todavía esclarecidas con claridad, al menos con parecida nitidez con la alcanzada en el reino de Francia. ¿Sería, quizá, por el temprano triunfo de las doctrinas que defendían el derecho de resistencia al poder político incardinado en la monarquía, mientras la «resistencia» radicaba en la soberanía o radicaba en el pueblo? En Inglaterra, donde no se produjo ninguna amenaza seria de desórdenes civiles hasta después del segundo cuarto del siglo XVII, tales ideas, todavía por cierto no cristalizadas en el pensamiento, habían permanecido en situación –es decir, sin conexión real con acciones históricas efectivas– pero no en acción, desde un Estado latente de la época medieval, pero en esa situación afectado básicamente por el profundo problema originado por el desafío teológico de Martín Lutero.
Teóricamente, los monarcas de la dinastía Tudor fueron virtualmente absolutos, pero su poder se sentaba en una poderosa clase media que los Tudor tuvieron un efectivo cuidado de no enajenar. No existió ningún grupo con verdadero interés en apoyar el absolutismo regio, ni tampoco ningún grupo político que tuviese que definir ni programar un derecho de resistencia.
A medida que avanzaba el siglo XVI tanto en Inglaterra como en el resto de Europa fue creciendo el derecho de resistencia y afirmado dos ideas en desarrollo permanente: el derecho de resistencia había pasado a estar unido a la idea de que el poder político reside en el pueblo y el deber de obediencia, unido a la teoría del derecho divino, dando, en consecuencia, una unidad constitucional bajo la corona. En Inglaterra tales ideas estaban latentes en la tradición medieval. Los monarcas de la dinastía Tudor fueron absolutos, pero su poder se apoyaba en la aceptación de una vigorosa mentalidad política.
A medida que transcurría la temporalidad nadie se planteaba, nadie se había visto obligado a considerar factores divergentes o antagónicos entre rey y el parlamento, o el rey y los tribunales de justicia; cada una de estas partes presentaba un fundamento de cooperación y armonía bajo la ley fundamental del Reino. Pero cuanto más avanzaba el tiempo, los problemas políticos derivados de la reforma protestante fueron borrando más y más todas las consideraciones en las estructuras que hacen la formación del mundo histórico y que son seis: religión, política, economía, sociedad, cultura y pensamiento. Queda perfectamente representado en la sátira política de Thomas More, bautizada «Utopía» (1516); o quizá, más claramente, en el libro de Thomas Starkey, escrito en 1536 y no publicado hasta 1871, titulado «England». Se trata de un ataque a la economía de la empresa mercantil.
Es decir, está clara la concepción de una comunidad política cooperativa, presente en Thomas More y en todos los escritores ingleses de siglo XVI; fue la matriz de donde surgieron los problemas más agudos del siglo XVII, que es realmente donde estallan las guerras civiles. En este campo había, ante todo, la realidad de las relaciones entre la Iglesia y el Gobierno monárquico, que comprendía relaciones problemáticas internas, que comprendía relaciones nacionales de la Iglesia de Inglaterra con las demás ramas de la disidencia protestante en donde, por añadidura, existían cuestiones políticas que eran absolutamente imposibles evitar. Dada la sistemática constitucional del sistema sólo era posible llegar a donde se llegó dada la centralización de los poderes político y religioso. Es decir, resulta inevitable que la independencia de Inglaterra frente a la de Roma sólo podía suponer que el rey se convirtiese en su jefe temporal, pero esta idea temporal de una Iglesia era nueva e incomprensible. Ello suponía que la jefatura temporal de la Iglesia era, en todo caso, una idea aceptable pero imposible de entender: ello conjeturaba que no era una teoría, un compromiso práctico inevitable que implicaba jerarquía.
Esta jefatura regia de la Iglesia produjo un tratado de importancia: «The Laws of Ecclesiastical Polity», de Richard Hooker. Los primeros libros se publicaron en 1597; los libros VI a VIII se añadieron de forma mutilada después de la muerte de Hooker. Trataban la crítica puritana del concepto de iglesia oficial. La amplitud de su aplastante erudición formaliza el criterio opuesto al sentido polémico que de hecho mantiene. Era, en rigor, mostrar que los puritanos, al negar la obediencia a la iglesia oficial, negaban implícitamente los fundamentos de toda obligación política.