Opinión

Barbarin

El arzobispo de Lyon es desde tiempos inmemoriales Primado de las Galias. Ostentaba dicho título desde 2002 Philippe Barbarin. Escribo ocupaba porque acaba de anunciar que en los próximos días será recibido por el Papa al que presentará su dimisión que Francisco podría aceptar o rechazar. El origen de tan dolorosa decisión es la condena a seis meses de prisión («avec sursis», fórmula jurídica francesa que indica que no irá a la cárcel) acusado de haber encubierto los abusos sexuales de un sacerdote de su diócesis Bernard Preynat en los 70 y 80.

Sus abogados han decidido apelar la sentencia. Barbarin nació en Rabat hace sesenta y ocho años, obtuvo la licenciatura en filosofía por la Sorbona de París antes de entrar en el seminario. Fue ordenado sacerdote en 1977 y durante cuatro años (1994-1998) vivió como misionero en Madagascar, una etapa que marcó su vida. Regresó a Francia al ser nombrado obispo de Moulins, una de las diócesis más pequeñas del país.

En 2002, sin embargo, fue ascendido ante la sorpresa general a la archidiócesis lyonesa donde sucedió al cardenal Louis-Marie Billé, fallecido después de sólo cuatro años en dicho puesto. El nuevo arzobispo fue nombrado por Juan Pablo II cardenal en 2003. Lo menos que puede decirse de él es que Barbarin ha sido una personalidad fuera de serie en el episcopado francés: maratoneta, amante del ciclismo, creativo, ha sido un defensor de los cristianos de Oriente Medio, al mismo tiempo era una figura destacada en el diálogo cristiano-musulmán.

Aunque su caso es muy diferente del de los cardenales George Pell, condenado por pederastia, Theodore McCarrick, expulsado de su condición de cardenal y sacerdote, o Donald Wuerl, que dimitió como arzobispo de Washington, el Papa se ve ahora obligado a tomar una decisión nada fácil y que pondrá una vez más a prueba su voluntad de castigar estos delitos sea quien sea su autor.