Opinión
La despedida
«Venimos a despedirnos» clamaban en Madrid los asistentes a la concentración separatista organizada por el Govern, ANC y Omnium Cultural, el pasado sábado día 16.
Y mientras los organizadores y sus medios sumisos se preocupaban de engordar cifras, los madrileños –sencillamente– pasaban de ellos. En su tránsito desde Atocha hacia Cibeles, ante el monumento a los Caídos por España en la Plaza de la Lealtad, mayoría de aplausos, algunos pitos. Significativa la palabra «lealtad» ante la infidencia del primer representante del Estado en la propia Cataluña. Positivos los aplausos. Muchos de los Caídos, catalanes. No les vino mal recordar la oda «Escucha España» de Joan Maragall, interpretando interesadamente alguna de sus estrofas. ¡Pero la España de 2019 no tiene nada que ver con la de 1898! Y la sangre derramada por españoles tanto en Cuba como en otros rincones del mundo tenía mucha relación con la defensa de intereses catalanes. Los de los pitos se quedaron sin cargas policiales y sin víctimas. No les quedó otra salida que entonar un «venimos de despedida».
Me vinieron a la cabeza aquellas jotas aragonesas y navarras que siempre terminan con una letrilla de despedida. O aquel bolero «Nosotros», de Pedro Junco que inmortalizaron unos irrepetibles Panchos y más tarde José Feliciano. Fue un fallo de los organizadores no incluirlo en la megafonía oficial de la marcha: «los que (en el 92) nos quisimos tanto/ debemos separarnos/ no me preguntes más/ en nombre de este amor /te digo adiós».
Reconozco la capacidad de movilización de estas masas fuera de sus feudos –ya montaron una parecida en Bruselas en 2017– e incluso su iniciativa, adelantándose a la reacción de cualquier Gobierno de Madrid. Pero si lo que pretendían era coaccionar al Tribunal Supremo que juzga con reconocida eficacia los sucesos de Septiembre y Octubre de 2017, creo que tocaron hueso. Intuyo que el Estado de Derecho que flojea en ámbitos políticos no flojeará en ámbitos judiciales. Y no puedo pensar que lo que pretendían era despedirse de alguno de sus líderes, que encaran seriamente responsabilidades penales con consecuencias de separación o inhabilitación a largo plazo.
Por supuesto, los que para ellos formamos parte de la «España sobrante» nos sumamos a la tranquila actitud de los madrileños. Porque utilizamos unas herramientas que a la larga serán decisivas: respetamos sus ideas aunque no las compartamos; creemos en la Justicia; no odiamos, como ellos odian a todo lo que huele a España. ¡Ahí los «sobrantes» les sacamos ventaja!
Además, nos pillan vacunados. A mayor chantaje nos llevaron ETA y sus beneficiarios de sotana o camisa blanca. También había una España de «maketos» que les sobraba, aunque hubiesen constituido la masa obrera que levantó su riqueza. Riqueza que aún hoy no quieren compartir con otras regiones en un claro ejemplo de insolidaridad. En Alemania los Land más ricos se preocupan de la redistribución de su riqueza en los más pobres. Con ello consiguen cohesión, equilibrios demográficos y justicia social: consecuentemente riqueza general.
Al chantaje criminal de ETA, con pulsos extremos como el asesinato de Miguel Ángel Blanco, les venció el Estado de Derecho. A esta falta de solidaridad, que no se compensa con las contriciones en misas dominicales, se une una indiscutible soberbia que afecta al ADN nacionalista. No sé quién ni cómo les ha convencido de su supuesta superioridad.
Añadamos por último que valiéndose de vacíos legales, que sí arrancan de la Transición y constituyen una verdadera asignatura pendiente, sus votos regionales –la pinza independentista– pueden inclinar el balance de escaños en las próximas elecciones generales. Y lo saben. Temo que volvamos a vivir a finales de abril lo que ya comprobamos en anteriores legislaturas: venta del alma al mejor postor. No hace demasiado tiempo lo plasmó un PNV capaz de votar hoy a favor de los presupuestos de Rajoy y mañana una moción de censura contra él. ¿Le llaman a esto alta política? Pido al lector que me exima de explicar lo que constituye un claro delito de infidencia.
No descubro nada al decir que el momento es preocupante. En períodos electorales afloran todas las heces del sumidero humano. Y solo hemos empezado, cuando la sociedad parece sorprenderse de que unos militares en situación de retiro –es decir, desvinculados completamente de Defensa– den un paso al frente preocupados por el momento. Son servidores públicos, que dedicaron su vida activa al servicio de los Ejércitos y la Armada renunciando voluntariamente a derechos civiles por su condición de gentes de armas. Pero hoy son ciudadanos responsables y libres, conscientes de la situación que vivimos, del vacío de liderazgo moral, preocupados por el porvenir de todos; incluidos los que decían despedirse de nosotros los sobrantes, por las calles de Madrid.
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