Opinión

Cortés y Moctecuçoma

En la anterior Tribuna dedicada a Hernán Cortés, quedó definida la legalidad en que debe situarse a Cortés en su actuación de la conquista de México respecto al Estado de Carlos I de España. En esta que hoy firmo quiero analizar, con los datos firmes que disponemos, las relaciones con el «Uei tlatoani», que es el título –para los españoles emperador– regentado desde la capital azteca o mexica, centrado en el lago de Texcoco y la construcción fascinante de la capital del imperio, Tenochtitlán, donde radican los palacios que denotan un gran poder y una organización profunda, reveladora de un Estado poderoso con una importante organización religiosa, política, económica, social, cultural y de pensamiento.

En su marcha desde la costa: la fundación de la ciudad de Veracruz, el incendio y la destrucción de las naves, señal inequívoca a los hombres de la hueste que no habrá en ningún caso retirada, Cortés encuentra en su camino fieles aliados –los «tlaxcaltecas»– que todavía no han sido integrados en el imperio azteca. Recibe de los indígenas noticias del «Uei tlatoani» que le hace concebir el sueño de poder negociar; depone los poderes que le otorgó el gobernador de Cuba y los recibe del cabildo de Veracruz y, en fin, inicia sus «Cartas de Relación», que son informes pormenorizados sobre la conquista de México, publicados en la Biblioteca Castro, fundación José Antonio de Castro, que me hizo el honor de encargarme el estudio preliminar, añadiendo las «Ordenanzas de Gobierno de la Nueva España», el nombre propuesto por Cortés para los territorios que integraban el imperio mexica o azteca.

El colapso histórico de la cultura «tolteca», nombre que procede de su capital Tullan. Los inmigrantes «chichimecas» se extendieron hacia el sur, la Cuenca de México, mezclándose con los habitantes locales, aprendieron los modos más civilizados del México central; formaron unos 50 Estados débiles, cuyas dinastías debían descender de los «toltecas». Los últimos inmigrantes en la Cuenca eran los «aztecas», procedentes de Aztlán. Tras una larga guerra de predominio, los aztecas consiguieron el control de la Cuenca, constituyendo en 1434 las soberanías de tres ciudades: Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan, formando una triple alianza; muchos soberanos se hicieron vasallos tributarios a través de matrimonios interdinásticos. La soberanía de la triple alianza hizo un control estricto del agua. Itzcoatl llevó a cabo una serie de conquistas; su sucesor, Moctecuçoma I (1400-1469) concluyó la que hizo el sacerdote divinizado como dios de los aztecas, Huitzilopochtli; también construyó grandes palacios, diques, calzadas y el sector de la ciudad destinado al mercado de Tlatelolco, así como los acueductos que llevaban el agua a Tenochtitlán. Hacia 1500 controlaba un amplio territorio.

Le sucede Moctecuçoma Xocoyotzin, a quien se le pone el numeral de II (1502-1520). Tenochtitlán en este tiempo se extendía sobre 15 km², con una población de unas doscientas mil personas, con sus suburbios y acceso de calzadas que formaban la «gran Tenochtitlán», en cuyo centro dos templos gemelos sobre una pirámide: el templo de Tlaloc, dios de la lluvia, y el de Huitzilopochtli, dios del sol y de la guerra, y rodeando el recinto sagrado, los palacios de los «Uei tlatoani», con sus lujosas residencias privadas, con bellos jardines y dependencias para tres mil sirvientes y trabajadores.

Moctecuçoma, bien versado en la religión mexica, esperaba el regreso de Quetzalcóatl, que en una guerra cósmica había sido derrotado y transformado en partidario del mal. Convertido en Venus abandonó México, pero prometió regresar para castigar a los mexicanos que no habían querido seguirle. La fecha del calendario mexicano coincidió con la de la llegada de Cortés, según el calendario cristiano. Recibió a los españoles como amigos, alojando a Cortés y a toda su hueste en el palacio de su padre Axayacatl. Cortés tiene a su lado como traductora a una hija de cacique costero, doña Marina. Diversos libros, crónicas y escritos han sido utilizados para comentar esta reunión entre Moctecuçoma II y Cortés, que hicieron una gran amistad, entendiéndose bien y teniendo a doña Marina como intérprete.

Hay que estudiar con conciencia historiográfica serena el tiempo de relación directa entre la hueste de Cortés y la corte de Moctecuçoma; pero muy especialmente entre Cortés y el «tlatoani», así como las propuestas hechas por Cortés en sus «Cartas de Relación», enviadas regularmente durante todo el tiempo al emperador Carlos V y recogidas por Sepúlveda. Los Reyes de España concedieron título de nobleza a Moctecuçoma, e Isabel II otorgaría el ducado a la familia Moctecuçoma como cosa de la Casa Real. La única posibilidad es saber cuáles son los argumentos empleados en sus cartas al emperador Carlos V. El estudio a fondo del Cronista Mayor de Indias, en este caso, corresponde a Antonio Solís y Rivadeneyra, autor de la Crónica oficial.