Opinión
El cronista Francisco Hernández
Sobresale entre los españoles que llegaron al Nuevo Mundo para aproximarse al conocimiento de las cosas naturales un médico llamado Francisco Hernández, nacido en el reino de Toledo (La Puebla de Montalbán, 1514), autor de la crónica que da título a esta Tribuna. Este médico fue enviado por Felipe II a América para indagar en plantas farmacológicas en México, donde pasó casi siete años (1571-1577). Amplió su campo de interés a las plantas y animales y fue tanto lo que atrajo su atención en México que escribió una obra de extraordinario interés, cuyo título encierra la primera novedad, pues implica quizá la primera obra que utiliza el nombre que dio Hernán Cortés a las tierras que albergan las culturas mesoamericanas, que antropólogos y etnólogos dan a México. El texto reproduce la versión al español preparada por Luis García Pimentel del latín al texto, pues Hernández escribió originalmente en latín. Publicado, finalmente, en «Crónicas de América», con una excelente introducción de la licenciada en Historia de América por la Complutense de Madrid Ascensión Hernández de León-Portilla.
Vengo insistiendo en «Tribuna» del diario «La Razón» en la precisión del momento cronológico que, en el proceso histórico de la conquista de México por Cortés, supuso el cambio decisivo en el ritmo de la acción histórica de España en América, desde Veracruz a Tenochtitlán. Moctecuçoma recibe a los españoles, los aloja en el palacio de su padre, los trata como grandes conversadores culturales para darse a conocer mutuamente. Con el gran servicio de doña Marina, intérprete entre ellos, Cortés tuvo que hacer una salida a la costa para hacer frente al fuerte ejército mandado por Velázquez, al mando de Pánfilo de Narváez. Una interpretación errónea de la hueste cortesiana, que quedó en Tenochtitlán, motiva un levantamiento. Moctecuçoma, desde la terraza del palacio, intenta calmarlos, pero la radicalización ha llegado a extremos: apedrean al «Uei tlatoani», que recibe una pedrada en la cabeza de la cual tres días después muere.
La estructura global de «Antigüedades de la Nueva España» es una versión española de la cultura mexicana, las formas de vida y valores de civilización de los «mexicas»: casas, vida matrimonial, el colegio –«calmecac»–, monasterio de mujeres y matrimonio, leyes de casamiento, los palacios del tlacatecuhtli: mujeres y concubinas de Moctecuçoma, de la línea dinástica de herederos, de la vivienda de los mexicanos, fiestas religiosas, la institución Teuhyotl, suprema dignidad, especie de orden militar, así como las ceremonias de consagración de los reyes de la Nueva España. También trata Hernández en su Crónica de la muerte, las almas y la sepultura de los dioses mexicanos mayores; los discursos con que entablaban relación con dioses y hombres; la organización del Estado, cómo se mantenía la ley y el orden; en fin, descripciones de la ciudad de Tenochtitlán: cómo era la ciudad a la llegada de los españoles; clima, barrios, mercado y el trato y distracciones del «tlatoani» y otros tlatoanis aztecas. En definitiva, la Crónica de Hernández es de un interés extraordinario como primera aproximación al nivel cultural de los «mexicas», sobre lo cual tanto insistió en sus «Cartas de Relación» Hernán Cortés.
Ahora considero fundamental una aproximación al personaje que lleva la jefatura de la rebelión y la iniciativa: el nombre de Cuahtemoc. Hernán Cortés lo llama «Guatimocin». El «Códice Ramírez» lo presenta como uno de los líderes del pueblo azteca que apedrea el palacio de Moctecuçoma. El informante del Códice Ramírez dice: «Era un capitán llamado Quauhtémoc de edad de diez y ocho años, edad en la que coinciden otras noticias, hijo de Auithzotl». Nos detenemos porque en esta fecha comienza realmente la conquista de México por Hernán Cortés, el sitio del lago Texcoco; las calzadas de acceso la ciudad, la construcción de los bergantines y en plena guerra el aprovisionamiento de Cuauhtémoc. Varios historiadores hacen pasar a éste automáticamente al puesto de emperador, como son los relatos de Bernal, Gómara, Solís, Clavijero, Durán, Herrera, Cervantes de Salazar, etc. Lo presentan como el gran organizador de la defensa no sólo de la ciudad sino del imperio.
La victoria final de Cortés ocurre cuando apresado Cuauhtémoc es llevado ante él, y después de hacerle una profunda reverencia, pronunció su veredicto: «Dame de puñaladas y mátame». Cortés le contestó muy amorosamente que por haber sido valiente y defendido su ciudad tenía en mucho más su persona, aunque hubiera deseado evitar tanta destrucción y tanta muerte. Una escena de acto final y reconocimiento de un valor sobre elevado de defensa de una soberanía. En definitiva, validez de lo disentido y pactado con Moctecuçoma.
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