Opinión

Frontericidad religioso-secular

El año 1.000 supone para Europa un cierto grado de seguridad política. Después de siglos de invasiones y desorganizaciones sociales, fue más frecuente el crecimiento y la importancia de Occidente, más normal el aumento de población, los contactos entre culturas próximas, más regular. Surgieron ciudades y relaciones de sociedades entre sí, produciendo importantes beneficios, con resultados del aumento de la cultura, gremios artesanales y una especie de deseos de conocer, aprender, enseñar y aprender, lo que condujo a la fundación de universidades. El antiguo orden feudal abría la necesidad de algo nuevo: era un fenómeno como el «consenso democrático», sobre el que tanto se habla hoy en los foros políticos que parece que se inventa ahora y aquí.

La Naturaleza adquirió fuerte realidad para la conciencia del hombre: trovadores y poetas encontraron públicos que apreciaron sus esfuerzos de transmitir belleza y transfiguraciones del alma; surgió a la superficie de interés histórico, no expresado solo en los relatos de los cronistas de aconteceres coetáneos; también en la conciencia de los teólogos acerca de la historia del cristianismo, pues es el momento inicial del despertar de la Escolástica, que transformó la actitud de la Iglesia católica. También los saberes paganos experimentaron cambios fundamentales. Ciertamente, en la mayor parte del continente europeo cristiano, la autoridad espiritual intelectual de la Iglesia era fuente primera de conocimiento y cultura.

Característico de este profundo cambio intelectual se apreció desde el principio del siglo XII de una escuela en la abadía agustina de San Víctor, en París. Hugo de San Víctor propuso la teoría educativa radical en cuya virtud el conocimiento secular, centrado en el conocimiento de la Naturaleza, era una base imprescindible con eje central y base del mundo natural para la contemplación religiosa superior, incluso para el éxtasis místico. Afirmaba San Víctor: «Aprenderlo todo. Más adelante veréis que nada es superfluo»; ello cuando las artes liberales, el «trivium» (gramática, retórica y dialéctica) y el «quadrivium» (aritmética, música, geometría y astronomía), suponían restaurar la imagen de Dios en nosotros. Esto es importante pues del conocimiento surgió la realización imprescindible de las grandes Summas: enciclopedias cuyo objetivo consistía en abarcar, integrar y conocer toda la realidad: la finalidad de las Siete Artes Liberales era restaurar la imagen de Dios en los hombres. Ese mismo sentido educativo total llevó a la fundación de la Universidad de París, como comunidad de profesores para el conocimiento de los saberes y de la vida y conseguir una «máxima» intensidad comunicativa de los saberes. Bajo los auspicios de la Iglesia, las universidades se convirtieron en centros de conocimiento y apertura de saberes y especialidades humanistas, literarias y científicas.

El cambio supuso un horizonte a través de lo que caracterizaba más agudamente la vida universitaria: la convivencia intelectual de todos los conocimientos científicos, la investigación. En los siglos XII y XIII, Occidente redescubrió un gigantesco corpus de escritos de Aristóteles que la cultura árabe y el saber bizantino habían conservado; fueron traducidos al latín. Las Universidades se convirtieron en centros de conocimiento, análisis y discusión. El uso de la razón para examinar y defender los artículos de la fe que ya había practicado San Anselmo, arzobispo de Canterbury, en especial la disciplina de la lógica, defendida por Abelardo, el gran dialéctico del siglo XII, autor de «Sic et Non», enunciados manifiestamente contradictorios, que era inevitable tener en cuenta siguiendo la línea de discusión, con métodos científicos. Por otra parte, en este contexto, sin precedentes, que reforzaba el surgimiento cultural de Occidente se daban las condiciones para un cambio radical conseguido bajo el patrocinio de la Iglesia, tuvo su manifestación en los siglos XII y XIII con el descubrimiento de nuevas líneas científicas como la metafísica y la física.

«De anima» fue el inicio de la indagación psicológica. Estudiantes llegados de todo el mundo a las Universidades para estudiar y escuchar a los maestros. Ya en el siglo XI había practicado San Anselmo la apertura. Una carta de la Santa Sede por la Universidad de París (1215) se incorporaba a la cultura europea, una nueva dimensión entre razón y fe de los filósofos del siglo XIII: San Alberto Magno y su discípulo Tomás de Aquino, que fue el personaje autor de la Summa Theologicae, al cual habrá que referirse a fondo en la creación de la sociedad hispano-americana nueva, definida en la Universidad de Salamanca por Francisco de Vitoria, O.P.