Opinión
Garcilaso Inca de la Vega
Hijo del capitán Garcilaso de la Vega y de la princesa indígena Isabel Chimpu Ocllo, se educó y vivió en su país de origen hasta los veintiún años de edad, fecha en que se embarcó para España. Luchó en las Alpujarras y residió en Montilla, Las Posadas, Lisboa y Córdoba, donde murió.
Quizá su obra más importante sea la traducción de los «Diálogos de amor» de León Hebreo y una «Genealogía de Garci-Pérez de Vargas». Además, tres obras primordiales: «La Florida del Inca», «Comentarios Reales de los Incas» e «Historia General del Perú». A pesar de que su lengua vernácula era el quechua, en sus obras historiográficas se revela la novela histórica y la biografía novelada. No sólo describe una realidad histórica, sino que quiere simbolizarla con absoluta plenitud. Su literatura –dice Octavio Paz en «Alrededores de la literatura hispanoamericana» (1977)– «ha cambiado el castellano» y, ese cambio es precisamente en la literatura hispanoamericana, pues en el seno de cada literatura hay un diálogo continuo hecho de separaciones, bifurcaciones, dudas e interrogaciones. Se trata de un significado que percibe la cultura como actividad textual, que, por añadidura, se practica como acto simbólico: la experiencia óptica traducida en actividad verbal.
El Inca Garcilaso (1539-1616) es ante todo importante por su experiencia del mestizaje hispano-indígena. Es necesario recurrir al catedrático de la Universidad de Barcelona, Claudio Esteba Fabregat, autor de «El mestizaje en Iberoamérica» (Madrid, 1987), donde llevó a cabo un estudio definitivo de la perspectiva científica del proceso social que condujo a la unión biológica de las tres razas principales de la Humanidad en el continente americano: caucasoides, mongoloides y negroides, con sus múltiples combinaciones genéticas.
Hijo de un conquistador, el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, llegado al Perú con Alvarado como refuerzo desde México a la expedición de Francisco de Pizarro, y la princesa Inca Isabel Chimpu Ocllo, prima de Atahualpa. El Inca Garcilaso hereda de su madre sangre imperial y de su padre, genealogía y sangre ilustre, emparentado con figuras de primera importancia de la España heroica y literaria. El Inca celebra con orgullo el parentesco en «Genealogía de los Garci-Pérez de Vargas». En su fuero más íntimo, experimentó el contraste profundo entre dos mundos diferentes: una expresión intensa del drama y dilema de un mestizo criollo. El historiador peruano Raúl Porras Barrenechea lo llama «el primer peruano» por la fina sensibilidad de su condición biológica e histórica.
El Inca, en efecto, nació en el Cuzco, apenas siete años después de ser derrotado en Cajamarca y ser conquistado el Imperio peruano por Francisco Pizarro. Las sangres que se funden son ambas nobles: el padre del Inca y el capitán español Garcilaso de la Vega, extremeño que descendía de familias ilustres; los poetas Jorge Manrique, Marqués de Santillana y Garcilaso de la Vega; la madre Isabel Chimpu Ocllo, ñusta (princesa) nieta del Inca Tupac Yupanqui. La infancia del Inca la pasó en el Cuzco en el hogar materno y su crianza responde a dos vertientes: gramática, latín y juegos ecuestres, por parte española; quechua y acopio de la tradición viva a través de relatos, fábulas, conservados en la memoria, por parte indígena. Los años cuzqueños fueron decisivos y configuran el mundo esencial de Garcilaso de la Vega. Conoció a varios de los conquistadores: Gonzalo Pizarro, Francisco de Carvajal, apodado el «demonio de los Andes». La etapa cuzqueña se cierra en 1560. Un año antes su padre murió y le dejó dinero para que estudiara en España. Decidió cumplir la voluntad paterna y ese deseo le lleva a Sevilla, Montilla y Córdoba. Esta etapa tuvo dos fases: una ajena a las letras, en la que litiga para reclamar bienes paternos, sin éxito, y una segunda, en que estudia y absorbe la cultura humanista y culmina su obra con la «Historia General del Perú» (Córdoba, 1617).
En su vida peninsular se aprecia un afán de reconocimiento: el hijo del capitán español, el derecho a usar el nombre ilustre, y añade, como escritor, a su apellido el apelativo de Inca, que subraya su condición de indio noble. Se proclama «a bocallena y me honro con él».
Comenzó su obra en 1590 con la traducción al castellano de los «Diálogos de amor» de León Hebreo, escrita en italiano, con delicados razonamientos neoplatónicos sobre el amor, que introduce en la cultura humanista. Posteriormente, «La Florida del Inca» (Lisboa, 1605), con el tema de la conquista de la Florida por Hernando de Soto, un verdadero primor narrativo, que aparece el mismo año del primer Quijote. Muy distinta intención tienen los «Comentarios Reales de los Incas» (Lisboa, 1609), del cual publicó un excelente estudio Enrique Pupo-Walker, historiador peruano formado en la Universidad Complutense de Madrid.
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