Opinión

El cambio

Sigan Vds con lo de las elecciones. Sigan Vds leyendo a esos sesudos analistas. Yo voy a lo importante, y no es fácil poner el dedo en la llaga: llegó el momento de cambiar los armarios. Con la ropa de invierno hay menos problemas porque a mí todo lo que me tapa, me favorece. Todos mis atractivos van por dentro y mis estilistas son mis médicos. Tienes unas trompas de falopio que eres la Alessandra Ambrosio de la ginecología. Qué oído interno, qué cóclea, debería enmarcarla para el cabecero de la cama. Qué píloro, si es la envidia de Asia Menor. Ahora, de la carne para afuera, eres la parte gorda que se quita a las chuletas. Sacas, para empezar, los bikinis. Empezar por los bikinis es tener la moral muy alta y el cuajo como un perol de michirones. Me pruebo el que creo que es más holgadito y, efectivamente, me queda que parece que se lo he robado a mi hija de doce años. El retro de braga ancha, el balconet. Con el de balconet se me puede apoyar una bandeja con siete pinchos de tortilla y cinco botellines en la poitrine y ni se cantea. Resultado: Almohadillas del público, corte de coleta y bañador con refuerzos. Llegamos a la parte de la ropa de vestir. Las faldas no me caben porque tengo unas caderas que, la distancia entre una y otra, son cincuenta euros de taxi. Los pantalones no me pasan del gemelo. Las camisas tampoco, porque has echado unos hombros que te puedes descargar tú sola el muelle del Puerto de las Palmas de Gran Canaria. Solo te cabe una camiseta y es la del Málaga y porque te la dio tu tío Ramón al verte anchota. Y si te pones túnica eres Kimera, la madre de Melody Nakachian. La ropa que ya no te puedes poner es una montaña que no se la salta ni Juanito Oyarzábal. Pero nos queda la democracia. Qué bonito es votar e ir recogiendo los kilos que pierden los demás.