Opinión

El romance

Albert Rivera, hay que reconocérselo, le lleva ventaja a los demás en esta época del baile de la yenka política tan entretenidita que llevamos. Bien es verdad que el líder de los naranjas está dando una cantidad de titulares que pones en Google «tengo un pollo en el horno» y la primera opción que te da es «querrás decir Albert Rivera pollito guapo». Pollito guapo está que si sí que si no estos días, quitándose a capones a Valls entre otras cosas, y decidiendo dónde dije Diego para decir ahora Merceditas. Pero, donde verdaderamente lo está petando Rivera es en los patios de luces con tendedero y terraza lavadero. Por fin, sí España, han salido fotos suyas con Malú y el mundo pegó un frenazo en seco en la curva ayer por la mañana. Bien es verdad que ellos no tienen la culpa de estas cosas porque la gente, política o no, pública o no, famosa o no, tiene derecho a tener un cajón para los calzoncillos en casa de donde le salga de su mismísimo peñón, pero me parece que esa cosa tan sobreactuada de eludir lo que ellos reclaman que sea natural no es al final práctico. Quiero decir que si lo llevaran con más armonía y sin tanto secretismo y, sobre todo, sin tanta intensidad, tampoco pasaba nada y nadie en este país le iba a considerar menos preparado para gobernar por salir con una cantante de moda. Afortunadamente aquí no se ganan elecciones con la entrepierna y tampoco se pierden como en otras latitudes y esperemos que así siga ocurriendo. Es más, esas fotos robadas probándose con el asesoramiento de su chica un poquito de crema con color para los actos públicos fue de un enternecedor que mis amigas lagartas y yo ya nos hemos puesto un poquito más de su parte. «Cariño, ¿me tapa los barrillos?». Desde Sarkozy y sus zapatos con alzas no me lo pasaba tan pipa, de verdad.