Opinión

Felicidad soy yo

Según nos contó Punset, la felicidad es la ausencia de miedo. Según nos cantaba Palito Ortega, en su canción «Felicidad», todo se debía al amor. Se puede ser feliz y no estar feliz. El «estar» depende de situaciones o resultados externos. Mientras que el «ser» está relacionado con valores y creencias, con la esencia del «yo». Muchos no saben ser felices y se hacen depender (y, viceversa) en demasía de los resultados, los cuales, aunque queramos, no podemos controlar al cien por cien. Quien aprende a sortear las dificultades o cabalga la ola –como dicen los surfistas californianos–, esto es, se adapta a las circunstancias, sí sabe ser feliz. Tanto la expectativa sobre los resultados, como el hacernos depender emocionalmente de los mismos, son fuente de infelicidad.

El círculo vicioso: quienes tienen una relación tormentosa con la frustración (no aceptar los efectos que ni gustan ni querríamos) son proclives a ahuyentar la felicidad de sus vidas y a envolverse en el miedo a un resultado que les decepcionará, redunda en insatisfacción. El mayor o menor grado de dependencia emocional de los logros, tiene que ver con la autoconfianza y la autoestima. Cuanto menores sean éstas y mayor la exposición que tengamos a la opinión pública, a la de los demás –esto no es solo cosa de los políticos–, mayores serán el miedo y el riesgo de decepción frustrante. Ser feliz, es fácil.

Basta con fomentar el quedar bien con uno mismo y pasar de querer contentar a los demás (actitud y conducta que, a su vez, refuerzan la autoestima). El miedo nos desenchufa de nuestras capacidades y de nuestra alma, y el optimismo y la gratitud son grandes generadores de felicidad. Que la vida se enfoque como si nada fuese un milagro o como si todo fuese un milagro depende del amor... a uno mismo.