Opinión

Cristóbal Colón ante la adversidad

Cristóbal Colón es un enigma. Apareció en la historia como un enigma y como tal se mantuvo durante toda su vida. Es el mismo signo con que se mantiene en la Historiografía del Descubrimiento: abundante, pero con mucho claroscuro. La bibliografía referida a él se encuentra expuesta en olas de pasión desmedidas.

Colón es un enigma. Diríase que él mismo se propuso serlo para atraer hacia su persona el interés de los historiadores, enfocado a su portentoso Descubrimiento. ¿Figura éste en algunas de sus «Profecías»? Colón continúa siendo históricamente una incógnita y, en cierto modo, un desconocido, amén de un personaje relevante pero discutidísimo. ¿Cómo era la persona? Es decir, ¿cómo era su interioridad, para estar así en condiciones de valorar su sentir, su amar y su odiar? Para ello hay que encontrar en su vida los momentos en que se encuentra en sus escritos la expresión de su mayor sinceridad, que le sitúan lejos de convencionalismos sociales o convenciones políticas. Éstos son, en Cristóbal Colón, aquellos en que debe enfrentarse con la adversidad; es evidente que en esas oportunidades sus argumentos, opiniones y lamentos proporcionan una interioridad libre de prejuicios.

El enfrentamiento de Colón con la adversidad se inicia en 1499. Fue con el envío por los monarcas del Pesquisidor Bobadilla y la brutal actuación anticolombina de éste. Entró el genovés en una depresión de desencanto doloroso: momentos de contrariedad y angustia es cuando la expresión alcanza una mayor fuerza y verdad. Lo apreciado es cuando el Almirante entra en una fase de dolor y, sumido en la más negra tristeza, viaja a España destituido por Bobadilla, viaja a la Corte para poner fin a la atribución, impaciente por llegar, para que los Reyes le pongan en su confianza. Es la famosa carta escrita a la nodriza del Príncipe don Juan, doña Juana de Torres: «Yo vine con amor tan entrañable a estos príncipes, y servido de servicio de que jamás se oyó ni vido». No niega que se haya equivocado, pero sabe «que mis yerros no han sido con el fin de facer mal». En consecuencia, cree que «tengo por muy cierto que muy mejor y más piedad harán conmigo... y mirarán mis servicios». No niega que se haya equivocado, pero tampoco duda y, en consecuencia, cree, pero «tengo por muy cierto que muy mejor y más piedad harán conmigo... y mirarán mis servicios y cognosceran de cada día que son aventajados». Destaca Colón sus cualidades y su valoración como gran marino.

En el «Libro de las Profecías» se incluye una larga carta suya a los Reyes, comenzada a escribir en el año 1502 y continuada en 1508. Refiriéndose a su profesión de marino apunta que «Ya pasan de cuarenta años la navegación que estoy en este uso. Todo lo que hasta hoy se navega, todo lo he andado. Trato y conversación he tenido con gente sabia, eclesiásticos y seglares. Trato y conversación he tenido con latinos y griegos, judíos y moros y con muchos otros de otras sectas».

Es en los maravillosos documentos humanos y en las cartas escritas a su hijo Diego, en el ocaso de su vida, cuando ya intuye la presencia de la muerte, en la hora suprema de la sinceridad, así como en la abundante epístola de los últimos años de su vida. Colón fue el hombre al que los Reyes Católicos, fundadores del primer Estado moderno del mundo, dotaron de los medios que le faltaban para llevar a efecto el viaje más importante de la historia del universo. Como dijo López de Gómara, produjo «la mayor cosa después de la Creación, la Encarnación y Muerte del que lo crió, navegando el mar interior de la Cristiandad»: el primer cabo lanzado desde las dos orillas del Atlántico, que después fueron cubiertas por la cultura española. El viaje de Colón, al servicio de los Reyes Católicos, es la primera y muy significativa lección que dejó Colón al mundo en los años fecundos de la diversidad.