Opinión
¡Con Podemos, no!
El horizonte electoral es una posibilidad que ahora mismo funciona como un elemento de presión más para que Podemos firme su rendición. Queda tiempo para la negociación pero ninguna gana, no la ha habido ni la habrá. Los partidos han desnudado tanto su odio que están inhabilitados para hacer un gobierno conjunto ni de coalición ni de cooperación ni de complemento ni de decoración ni por colleras ni al alimón. En el último discurso de esta mascarada de julio y primero de la campaña electoral, con o sin comicios, se ha querido dejar claro que el único partido de izquierdas que, por resultados y por la fuerza de gravedad de cada bloque, puede gobernar es el PSOE. Si repasamos la carrera política de Pedro Sánchez encontramos ideas muy claras pese a los mensajes mutantes y la perseverancia como combustible fundamental. Se empeñó en su «no es no» y se fue a la calle para coger carrerilla, ganar el poder en su casa y liquidar a todos los enredadores. Aprovechó una sentencia y un momento para aglutinar contra Rajoy a formaciones con más mínimos que comunes. Siempre desconfió de Podemos desde que Iglesias le llegó en 2016 con la lista de la compra después de ver al Rey en uno de los episodios más vergonzantes de nuestra historia reciente. Aquella rueda de prensa fue una puñalada a Sánchez que todavía no ha cicatrizado. Con esa herida supurando ha esperado a negociar en los últimos días. El Gobierno monocolor es otra de esas ideas fijas, pase lo que pase, cueste lo que cueste. El truco pasaba por hacer responsable a Pablo del fracaso. Un buen plan que parecía sencillo hasta que Iglesias se descabalgó y renunció al sillón. Podemos en el Gobierno y Pablo Iglesias suelto clamando con conocimiento desde fuera era una bomba de relojería para la hegemonía socialista por la izquierda. Se pusieron en circulación algunas maniobras como el advenimiento del «errejonismo» y maledicencias varias sobre Podemos pero las votaciones se acercaban y había que determinar cómo se podía llevar a efecto eso de «una vez colorado mejor que ciento amarillo» y comenzaron las filtraciones. Cualquiera que quiera llegar a un pacto conoce que la receta es que las negociaciones son discretas y los acuerdos se hacen públicos. Cuando el PSOE filtró las peticiones, exigencias, de Podemos todo había terminado. Después de los escollos, de la apariencia de diálogo, del juego de hastag en las redes sociales, del entusiasmo ciclotímico de los votantes de izquierdas, después de todo eso llegó Sánchez con la extremaunción. En el discurso previo a la votación denunció la falta de experiencia de gobierno de los morados y sentenció: «Si tengo que formar un gobierno a sabiendas de que no es útil a mi país, no seré presidente ahora». Los estrategas socialistas confían en que en el seno de Podemos se generen algunas tensiones con las ofertas y que las urgencias para apagar algún fuego permitan rebajar las exigencias a lo meramente decorativo. Mientras, seguirá abierta la opción de elecciones y Sánchez en Moncloa reforzando con todos los medios a su alcance su papel presidencial. Total, a la patronal le parece bien volver a las urnas en pos de la estabilidad. El peligro para el PSOE es la desmovilización propia, el refuerzo de las candidaturas del centro-derecha y la gestión de la sentencia del Supremo. Así que a falta de pacto con los «naturales» todavía puede arrancar un pacto para hacer frente a los efectos de esa sentencia, y entonces el hombre que ha perdido dos investiduras y ha ganado una moción de censura podría empatar su propio palmarés.
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