Opinión
El viejo castillo inglés
No está mal elegir un viejo castillo inglés para ver pasar el verano con cierta quietud e incluso parsimonia, lejos del aceite bronceador, de la toalla y del chiringuito. A veces necesitamos que el alma se serene, como aquel espacio de meditación que ponían en la tele antes de cortar la emisión por las noches, aquella tele en blanco y negro de un solo canal... Hay cosas que en la vida vamos superando, y una de ellas es la agitación y el tumulto, aunque no prescindamos del todo de ello, pero batirse el hierro con los fantasmas del pasado nos induce a una vacación pausada y sin mayores sobresaltos. Aunque solo sea durante unos días.
En el castillo de Elmley, cerca de Pershore, la vida no discurre, nada se mueve, solo se escuchan los quejidos de una adorable y valerosa anciana. Se llama Alice y nos hemos hecho amigas. Solemos pasear por los alrededores, donde pacen las vacas, y visitamos a un joven granjero que ha inventado el confeti biológico. Se trata de pétalos de flores secas, de diversos colores, en lugar de los pedacitos de papel que todos conocemos, producto de la tala de árboles, que no queremos y hasta deploramos. Hace pocas semanas a Sergio Ramos le metieron un puro por talar no sé cuántas encinas. ¡Qué bestia! Aún si fueran pinos que lo ponen todo perdido y no permiten que la yerba crezca por donde ellos se yerguen... ¡pero maravillosas y milenarias encinas! No tiene perdón de Dios. Ahora creo que tiene que replantarlas y pagar una multa de 250.000 euros, que para él es como para mí 2,50. Siempre ha habido diferencias.
Pero prosigamos con mi anciana amiga, de ciento ocho años. En realidad no es más que un espectro porque está muerta. Era la segunda persona más longeva del Reino Unido y decidió morir cuando la trasladaron de asilo: no pudo resistir la añoranza del lugar donde había permanecido durante largos años. Ella gozaba de buena salud, pero no supo, no pudo o no quiso adaptarse a un nuevo entorno a estas alturas de la vida. Dejó de comer, cayó en la indiferencia más absoluta, no permitía que los médicos la examinaran, ni siquiera dirigía la palabra a los familiares que pasaban a verla y así se fue consumiendo hasta morir tres semanas más tarde en señal de protesta.
Solemos tener largas conversaciones, es una mujer firme pero dulce. Su vida, aunque convencional, tiene capítulos muy interesantes. El que más me apasiona es el de su época como amante de sir Winston Churchill, cuando combatía como teniente coronel en las trincheras de Flandes. Llegó, incluso a conocer a Eduardo VIII y a Wallis Simpson en aquellas fiestas tipo Gran Gatsby que con desenfreno celebraban cada poco. También fue testigo de cómo renunció a su reinado por amor. Era un hombre débil. El amor, en definitiva, es una debilidad del alma a la que no sabemos sobreponernos. También conoció un día de lejos a Jorge VI, aquel Rey valeroso que supo sobreponerse a su tartamudez para asumir la Jefatura del Estado en tiempos de guerra. ¡Qué gran tipo! Ya no quedan gentes así. Gentes de raza. Ahora todos son de granja y en serie, como dije hace unas semanas.
Fue Rey del Reino Unido y sus dominios de ultramar desde el 11 de diciembre de 1936 hasta su muerte, fue el último emperador de la India, y el primer jefe de la Mancomunidad de Naciones cuando nadie daba un penique por su persona. El respaldo de su mujer la Reina fue fundamental. Todos necesitamos un apoyo en la vida. Hasta quienes se pretenden hercúleos.
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