Opinión

Conversaciones conmigo misma

Después de estas semanas conviviendo con el fantasma de Alice llego a varias conclusiones: que no habla para sí misma, como podría llegar a pensarse teniendo en cuenta que yo a veces estoy ausente y ella lo sabe, sino que habla para mí, si bien no tiene que hacer ningún esfuerzo en decir cosas interesantes. No es afectada ni rebuscada, ni se detiene en lo superfluo: está muy enterada de todo, por ejemplo esta mañana me comentaba que el nuevo gobierno griego pretende reducir la presión fiscal en cerca de 6.000 millones de euros, que el nuevo primer ministro tiene claro que la economía de su país requiere una serie de reformas liberales que pasan irremediablemente por reducir la enorme presión fiscal heredada del gobierno de Tsipras y ya ha anunciado las medidas que entrarán en vigor a lo largo del último cuatrimestre de 2019. «Ya quisieran algo así para ustedes». Quedo boquiabierta y percibo incluso que conoce muy bien nuestra idiosincrasia: «Es curioso la importancia que en España tienen las palabras. Sé que alguna vez alguien dijo que allí nunca se dice lo que pasa, sino que pasa lo que se dice, pero no se puede vivir al margen de los titulares de los periódicos y sí de lo que se escribe en las páginas de la vida social, si no estamos perdidos. Eso queda para los medios pelos. Créame, no existen más ataduras que las que uno mismo se forja desde la cuna. Por otra parte el resentimiento es mala cosa, amiga mía, y yo no tengo culpa de la desgracia ajena ni tampoco de haber comido siempre con cubierto de plata».

Esta anciana quiere decir tantas cosas a la vez que de cuando en cuando se desvía de la conversación mezclando unas cosas con otras, pero siempre con coherencia e hilo conductor. En verdad, para la difícil época que le ha tocado vivir ha sabido espabilarse y acostumbra a decir que nunca ha sido cobarde para luchar por su felicidad ni torpe para correr tras lo que siempre ha perseguido.

La otra mañana pegaba el sol con fuerza en las piedras del estanque, donde han florecido unas extrañas plantas cuyos tallos se prolongan de forma que llegan a doblarse al no poder soportar su propio peso. De pronto ví que una ranita reposaba con placidez sobre una hoja que flotaba en el agua como una plataforma. Sin cambiar de posición rompió a hablar: «No vayas a pensar que soy un príncipe al que debes dar un beso. Soy una rana, lo mismo que Alice es un fantasma y tú, como te llames, eres una mujer corriente y moliente». Y dicho esto dio un salto y se sumergió en el verdor de aquellas aguas, llenas de vida espontánea. Yo no daba crédito pero habían ocurrido tantas cosas que esta nueva anécdota era lo de menos. De un nuevo salto y levantando unas levísimas gotitas de agua volvió a aparecer. «Llevo años viviendo aquí. Pocas veces me encuentro con visitantes y estoy acostumbrada a la soledad en la que me recreo. A veces me molestan mis propios pensamientos. La gente huye de la soledad porque pocos logran buena compañía en sí mismos. Sin embargo, encuentro que en mi existir solo tengo una amiga, yo, y una enemiga, yo también. De manera que es muy tranquilizador saber que el amigo no te va a traicionar nunca y conocer a la perfección las debilidades del enemigo. Solo me siento segura cuando estoy en soledad. Déjenme con mis pensamientos que, como decía Swift, el sabio nunca está menos solo que cuando está solo». Y respetando su deseo volví la espalda y marché por el sendero adelante.