Opinión

Simbolismo

Me refiero al movimiento poético nacido en Francia en los últimos años del siglo XIX. Se considera como primer texto «La siesta de un fauno», de Mallarmé (1876), a expensas del autor al ser rechazado por el «Parnaso contemporáneo», pero si tenemos en cuenta que ese mismo año la revista cesó en sus publicaciones, los eruditos estiman que debe fijarse en dicho año la fecha de nacimiento del movimiento. De manera que el Simbolismo tienen origen para la crónica como sucesión del Parnasianismo. Sin embargo, como todo movimiento cultural, tiene un nacimiento mucho más complejo y el año de 1876 los críticos señalan que es el año indicativo del fin del Parnasianismo.

El Parnasianismo había sido un movimiento de cenáculo y de tal manera continuaron reuniéndose los poetas rechazados por él, dando origen a una larga serie de revistas donde aparecían escritos de Paul Verlaine, Arthur Rimbaud y Joris-Karl Huysmans, dentro de cuyo grupo, que debe considerarse como «decadente», se distinguió un proceso gradual de diferenciación, los «simbolistas», pero en la proliferación de grupos formados en los momentos discursivos del Romanticismo y de libertad de expresión resulta fácil encontrar «llamadas» personales, lejos de reglas académicas y como expresión de la personalidad peculiar de los escritores; la respuesta desde la acera opuesta del academicismo fue la denominación de «decadente», aplicada indistintamente a uno y otro lado. De manera, por consiguiente, que «decadentismo» y «simbolismo» no son escuelas como con frecuencia se tiende a mantener, sino dos fases sucesivas del mismo movimiento en el desequilibrio de conservadurismo y liberalismo, en el campo de la política: son etapas de una misma revolución poética. El primero es el momento del realismo, producto de una sociedad promovida por la inquietud en estado de crisis; por su parte, el segundo es el momento intelectual; ambos, además, suman su inquietud a la reflexión intelectual, a la búsqueda de una poética coherente y unitaria.

Los simbolistas tenían en común con los otros decadentes el culto hacia los mismos grandes maestros: Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, aunque no por las mismas razones, ni en el mismo grado. A ejemplo de Baudelaire, los simbolistas anteponían el magisterio de Mallarmé, para el cual la política de las correspondencias se entendía como un «bosque de símbolos»; un «auténtico lenguaje de relaciones simbólicas», la magia verbal y, en definitiva, lo que ellos entendían y deseaban hacer entender a un lenguaje de relaciones simbólicas.

El gran precursor del simbolismo fue Baudelaire, pero entre lo que se bautizó como precursores indirectos hay que recordar a Poe, Novalis y Hölderlin; como grandes maestros a Mallarmé e, inmediatamente, a Paul Verlaine y Rimbaud. El movimiento simbólico se dio ampliamente en Francia, Inglaterra y posteriormente en Alemania e Italia. Ejerció el simbolismo una gran influencia sobre el teatro hasta llegar a Ibsen para, finalmente, cristalizar en el símbolo que la visión existencialista del mundo hasta alcanzar prioridad frente a cualquier otra forma de significado con una visión existencialista.

¿Qué valor tiene, en definitiva, el símbolo? De ser concepto o metáfora, el símbolo sería muy poca cosa sin que la visión existencialista del mundo es la que sitúa en el plano del antes y el después, del aún y el todavía. El hombre moderno es un fetichista que se identifica absolutamente del espacio –temporal– realidad existencial que el propio Einstein, con lo más avanzado del método positivista, ha dado en negar. Cualquiera que el mundo, la existencia y lo que se afirma en una determinada situación, es relativo, como así es, efectivamente. ¿Qué valor, pues, puede darse al símbolo? Concepto, metáfora. En verdad, bien poca cosa: el símbolo deja de ejercer tiranía sobre la mente; el símbolo fundamento de cuanto es; el sentido del originario, representado; una tabla de orientación y no una compilación de definiciones.