Opinión
Momentos inolvidables
Ayer me despedí de mi retiro vacacional. He tomado ya el camino de vuelta y siento que la soledad se apodera de mí por momentos, con un extraño vacío interior. Sé bien que hay un tiempo y un lugar para todas las cosas y también que no hay nada permanente salvo el cambio. El mejor momento es el presente, pero qué pocas veces somos capaces de gozarlo, de atraparlo, porque siempre ponemos el pensamiento en el mañana. Con Alice he pasado ratos magníficos, he aprendido de su sabiduría, de su fino e irónico humor, de sus experiencias durante ese centenar largo de años que pasó en este mundo... He llegado a comprender que la brevedad es el alma del ingenio, que no se debe quemar la casa para espantar a los ratones... que más vale cerebro que fuerza muscular y que una falta reconocida está medio reparada. También que un problema compartido es un problema reducido a la mitad y que la envidia es el homenaje que nos rinden aquellos que son menos que nosotros.
Es cierto que la ausencia hace al corazón más afectuoso, pero mis días en el castillo de Elmley han sido irrepetibles. Apenas dedicaba horas al sueño para no perder el escaso tiempo que allí iba a consumir, y ahora tengo nostalgia de las colinas escarpadas y verdes, hechas para caminar, de la abadía y, en medio de la llanura Elmley, del castillo que imaginé como morada este extraño verano en compañía de un espectro y de una rana. Era casi perfecta la atmósfera medieval que allí respiré. El silencio, los atardeceres púrpura, los días grises, el misterio que lo envolvía todo, la neblina vegetal... y Alice. Estoy segura de que, en su interior, sentía ganas de protegerme sin que lo notase. Un día me dijo: «La encuentro vagamente atribulada y ausente, mi joven amiga. Sé bien que echará de menos la paz que halló en el silencio, pero también se puede vivir plácidamente entre la premura y el bullicio, que es a lo que está acostumbrada. Todo está dentro de uno mismo. No trate de reformar el mundo por la fuerza. No conseguiría más que desgastarse de forma inútil». Ella percibió que mi mirar era triste y prosiguió. «Esto no es una despedida, ni tampoco un hasta pronto. Yo no existo más que en su imaginación y si me presiona puede que me esfume para siempre. No se pueden estrangular ni siquiera las ideas. Téngalo presente cada día y, sobre todo, deje que la vida fluya con normalidad». Le sonreí, cerré la portezuela de mi coche y emprendí el camino de regreso pensando que en alguna vida anterior moré en lugares parecidos y traté con gentes como el fantasma que me hizo pasar un tiempo diferente. Hasta podría imaginar que la reina de Inglaterra tiene su mismo carácter y su misma filosofía de vida. No hay más que observar sus actuaciones como Jefe de Estado: acaba de consentir al salvaje de Boris Johnson el golpe al Parlamento británico, suspendiéndolo para imponer su durísimo Brexit. Isabel II es una mujer forjada a sí misma siempre con posturas neutrales, con pronunciamientos basados en el criterio del primer ministro de turno. Por ello multitud de veces ha tenido que tragarse algún que otro sapo yendo contra sus principios, tanto en la política como en temas familiares, y me refiero ahora a la muerte de Diana ante cuyo féretro inclinó la cabeza. ¡Vaya trance más fuerte!
En fin, que volvemos a la realidad, retomamos la vida con fuerza, ya sin fantasías, y esperamos un nuevo agosto que nos permita ausentarnos, aunque solo sea con la mente, a lugares propicios para la fantasía.
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