Opinión
De boquilla
¡Qué frío hace en el Cuartel de Invierno! ¡Qué cruda es la realidad cuando se vuelve de la fantasía! ¡Qué fácil es hablar de boquilla y qué fácil decir aquello de «no bonita, no» y hacerse la abanderada del empoderamiento femenino y del feminismo en sí! Esta semana ha ocurrido algo intolerable y vejatorio para nuestro género ante lo que las chonis de la izquierda agacharon la cabeza, hasta que el vilipendiado Vox dijo que se acabaron las bromas, que ellos no se prestaban a semejante humillación hacia las mujeres de su partido. Se trata de una delegación iraní, que venía a pegar la hebra, imponiendo sus propias normas machistas de protocolo según las cuales las mujeres no podían dar la mano a los hombres y ni siquiera mirarles a los ojos. Les parecerá un chiste, pero es cierto. Increíble nos parece que no saliera Irene Montero poniendo el grito en el cielo, pero, claro, con el dinerito no se juega y ella sabe bien que el que le hace los hijos cobra de la televisión persa (digo persa porque me parece más bonito). Da gusto ver cómo la ultraizquierda besa la mano de quien les da de comer. Es una actitud muy noble y debemos reconocérselo. Tampoco dijo ni mu la talentosa vicepresidenta (la del «ni dixit ni pixie») ni la circunspecta Celaá. Sin embargo tenemos constancia que la Lola de Justicia acata las ordenanzas musulmanas cubriéndose la cabeza cuando visita sus países, cosa que entra dentro de lo normal. Hay un refrán que dice «allá donde fueres haz lo que vieres», y si no queremos, no vayamos. Aun así, es importante señalar que la Presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen, cuando era ministra de Defensa de Alemania, de derechas ella, no se cubrió su bonita cabellera rubia cuando visitó Arabia Saudí. Pequeñas diferencias y matices.
Es muy fácil hablar por hablar y que el público alienado aplauda fervorosamente ante esas luces de candilejas que se encienden para ponerlos a todos cachondos. Las buenas de las mujeres de nuestro país creen que los pajaritos maman, y no se dan cuenta que estas charlatanas del tres al cuarto les venden humo. Solo humo. Y se las llevan de «manifa» mezclando churras con merinas, mientras la euforia sube y sube, precisamente como el humo que les venden, haciendo un batiburrillo, una mezcolanza con el colectivo LGTBI, que lo mismo vale para un roto que para un descosido. A río revuelto, ganancia de pescadores, ya se sabe.
Y, en fin, todo así. Es la vida misma, es la vuelta a la realidad de cada septiembre hermoso, en que, cuando somos jóvenes, incluso muy jóvenes, las ilusiones crecen pensando en ese nuevo curso que comienza, en esos nuevos amigos, en esos nuevos conocimientos que van a llegar hasta sus juveniles cabezas, en ese futuro que está por comenzar. Nosotros, los que estamos ya más cerca del arpa que de la guitarra, estamos ya en el futuro y nos da cierta angustia lo acelerado que es todo, más que nada el tiempo. Pero es así la vida. A veces pienso que si me quedo quietecita debajo de una mesa no va a pasar nada desagradable ni violento, pero es mentira, lo mismo que los que deciden irse lejos para huir de los problemas, esos que llevamos sobre los hombros, estemos donde estemos. Es lo que le ocurrió a Blanca, que se cargó la mochila de la vida y subió a la montaña para deshacerse de ella, del cargamento que la acuciaba, pero le salió mal y se fueron las preocupaciones y los contratiempos llevándosela a ella por delante. Descansa, mujer. Ahora puedes.
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