Opinión

El odio está de moda

«El odio está de moda, pero no sirve para nada» es la frase que lanzó recientemente el cronista de la revista satírica «Charlie Hebdó» cuatro años más tarde, recordando el atentado islamista del que fue víctima, en el que murieron doce personas y once resultaron heridas de severa consideración. Todo ello producido por el odio entre religiones. En España alientan el despertar, que ya parecía dormido para siempre, de la posguerra con la maldita memoria histórica, eso que todos querían olvidar y que los izquierdistas de ahora, que no vivieron ninguno de aquellos hechos porque ni habían nacido, desean alentar para perjuicio de todos, ya que los odios entre hermanos no conducen a nada más que a la crispación. Una crispación estéril como todas las crispaciones.

La joven Greta tiene cara de odio y también de crispada. Mete miedo con sus expresiones y con sus gestos. De seguro que si nos la encontramos de noche, en la oscuridad, nos vendría a la mente la niña del exorcista y saldríamos corriendo en dirección contraria, presos del pánico. Pero, ¿quién mueve a Greta? o bien, ¿qué intereses mueven a Greta? Todas las activistas vienen traídas por un afán de protagonismo que se les calma en cuanto reciben un reconocimiento que colma sus ansias de ser oídas. En este caso, parece que Greta ya tiene el suyo después de participar en la Cumbre para la Acción Climática celebrada esta semana en la sede de la ONU donde otro ansioso de protagonismo, el fraudulento dr. Sánchez, también participaba llevándose a su señora a darse un paseíto por Nueva York, ciudad que en esta época resulta encantadora.

Greta es una adolescente con síndrome de Asperger, algo que otorga a quien lo padece de una dialéctica inusual y un intelecto superior a la media de los de su edad. También se caracteriza por el interés obsesivo en un tema alrededor del cual hace girar su vida, sus pensamientos, sus estudios y también sus actuaciones. Es curioso que, siendo Alemania uno de los países más interesados en salvar el planeta de los peligros climáticos, su presidenta Angela Merkel mire con displicencia a la muchacha sueca que no inspira más que aburrimiento y unas ansias incontrolables de quitarla del medio para que no maree.

Me pregunto dónde están los padres de esta estudiante de dieciséis años, que hace huelga escolar para protestar ante el mundo de las escasas acciones que se emprenden para preservar a la tierra de las amenazas que la aguardan inexorablemente. No hay duda de que los mares están sucios, de que los ríos están sucios, de que los bosques están sucios, de que la selva se ve amenazada, de que muchos animales están llamados a desaparecer. Pero no hay duda de que la naturaleza evoluciona y que llegarán otros nuevos, lo mismo que los que ahora pueblan nuestro entorno no son los mismos que habitaban en el pleistoceno. Todos sabemos que no hay que bajar la guardia y que hay que estar siempre alerta de todos los males de nuestro tiempo, que son muchos. El primero de todos, los políticos, que, sin excepción, se entretienen en lo adjetivo y no en lo sustantivo. Sánchez se deleita con desenterrar a Franco, mientras el país entra en recesión y la economía no solo no se mueve sino que está más estancada que la tumba del propio general, fallecido hace cuarenta y cuatro años. Algunos colaboramos reciclando, separando las basuras y escribiendo para que el estado de alerta cunda. Mientras tanto, la joven Greta, que vuelva al cole y que borre su cara de odio, que, como decíamos más arriba, no sirve para nada.