Opinión
Francisco de Vitoria
Cuando se desea alcanzar conocimiento al máximo posible de una persona que, como es el caso del dominico Padre Vitoria, que ejerce una función vital y profesional, refrendada por una oposición pública ante un jurado solvente, lo primero que importa es la situación de la institución y, en definitiva, cuál es su organización profesional en el ejercicio público del saber y cuáles son los ángulos del sistema geométrico en la aplicación de los principios que marcan el mundo del pensamiento personal en su materia particular, sobre todo, cuál es su aporte personal y científico en el campo de investigación. Y cuáles son las claves de la inteligencia creadora en lo que puede considerarse doctrina con personalidad propia en un momento histórico.
Ello en torno al primer cuarto del siglo XVI, cuando están al rojo vivo un conjunto de temas que afectan los fundamentos de la Iglesia, del Estado, de la Cultura y del hombre mismo como persona: su dignidad, fundada en su naturaleza intelectual. Hacerlo, además, adaptando los datos no tanto al «Hombre» cuanto a la «Persona». No se trata, simplemente, de recoger cuantos datos sirvan para la biografía: esto ya lo hizo fray Luis G. Alonso Getino, O.P., maestro en Teología, fundador de la Asociación Francisco de Vitoria, en su obra «El maestro fray Francisco de Vitoria. Su vida, su doctrina e influencia» (1930; primera edición en 1914). Cerca de seiscientas páginas y gran cantidad de datos biográficos. En los últimos treinta años del siglo XX es una personalidad histórica de considerable importancia en los temas referidos a los problemas que afectan a los fundamentos de la Iglesia y la sociedad civil, de la cultura universal y del hombre, y hacen necesario e imprescindible pasar de lo biográfico a la personalidad, en su dignidad y honor desde la realidad propia de su naturaleza intelectual.
Cuando Francisco de Vitoria, O.P. gana por oposición la cátedra de Teología Prima de la Universidad de Salamanca inicia el ejercicio de la docencia al estallido de las guerras en el mundo, a las que se añaden las nuevas guerras de América. Es significativa la afirmación que hace el eminente investigador Martin Grabmann en su «Historia de la Teología Católica»: «El punto de partida de la escolástica española durante la centuria XVI y XVII fue el convento de San Esteban de Salamanca de la Orden de Santo Domingo y el padre de esta escuela, y aun de toda la escolástica española en los dos siglos citados, es el dominico Francisco de Vitoria».
He tenido oportunidad de conocer con gran proximidad el pequeño pero profundo apunte del dominico Ramón Hernández. En los años de formación señala una primera etapa, Burgos-París: su formación en el tomismo. Y una segunda y tercera etapas formativas en Valladolid y Salamanca, donde radica su apoteosis. Pero es en las clases de cada día donde alcanza aquella extraña madurez que exhalaban sus clases magistrales, cuyos manuscritos se han conservado y han sido estudiados por Vicente Beltrán de Heredia, que los divide en dos grupos: apuntes y lecturas académicas y extracadémicas. En las explicaciones, Vitoria se caracterizaba por ir a la dirección y centro de la cuestión que constituían la base del tema; apreciaba esencialmente las dudas para dar movilidad y sugerir la situación del edificio sobre el que se forma la materia, introduciendo cuestiones de actualidad sugeridas con criterio de autoridad y presentando cuestiones más prácticas e introduciendo una invitación directa al fondo del problema. Una exigencia espiritual renacentista era característica siempre en Vitoria: la exigencia de la Sagrada Escritura.
Vitoria, dominico del siglo XVI, destacó por la defensa de la dignidad humana. Convirtió a la Escuela de Salamanca en uno de los grandes focos de Cultura de la Europa renacentista.
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