Opinión

Tres hombres y un destino

Como estamos en época de elecciones una vez más habrá que referirse a los candidatos, aunque la gente viste un desencanto otoñal nada elegante por cuanto que en los labios del populacho no se dibujan más que insultos soeces contra todo y contra todos. Es así la cosa, no se nos puede tener todo el rato yendo a votar, más que nada por lo mucho que nos duelen los bolsillos de tanto gasto. Pero, en fin, la vida es así, más bien la política mal llevada y mal entendida es así y, como vivimos en un país democrático, hay que asumirlo y hay que aguantarse.

La otra noche en «El Hormiguero», con gran éxito de audiencia, todo hay que decirlo, pudimos ver a Santiago Abascal durante cincuenta minutos sin que en ningún momento me sintiera seducida por el personaje. Muchas veces nos dejamos encandilar cuando vemos en movimiento, en plena actuación, a la persona que intenta acopiar adeptos para un mayor éxito en las urnas. Me ocurrió la primera vez que vi a Rivera, hace ya tiempo. Luego vino el desencanto. Y con Abascal las sensaciones fueron inexistentes. Carece de gancho, de atractivo, de capacidad de convicción. Lo vi inseguro y, hasta cierto punto, incapaz de expresar sus ideas abiertamente por miedo a parecer anacrónico. El personaje me dejó fría y con sueño, ya digo, y es que la entrevista, entre unas cosas y otras, entre Trancas y Barrancas, siempre tan ocurrentes, acabó cerca de las once, que para mí supone ya una trasnochada.

Pero vamos con nuestro segundo hombre. Rivera comenzó de rompedor, haciéndose fotos en pelota picada tapándose las partes nobles con las manos, protestando por las dimensiones que estaba adquiriendo la política independentista en Cataluña. Hasta ahí todo bien. Bastante guapito, boquita de piñón, verbo rápido, muchos ingredientes para el éxito, diciendo cosas que todos queríamos oír. Pero pronto acabó la magia cuando se vino a Madrid. En la política nacional no nos interesa tanto como en la política regional catalana, que es donde realmente hacía falta como contrapeso de tanta absurdez. Pero, claro, la capital es muy atractiva y no solo se vino él, sino que arrastró a Inés Arrimadas, ambos seducidos por la ambición de la cosa nacional, que se nota más que las puras gestiones de provincias donde, salvo excepciones, un político nunca llega a brillar ni a ocupar una Moncloa. A lo sumo, una casa rural.

Rivera es lo que es y su codicia le lleva a dar bandazos y a querer parecer más grande, pero aquí lo que triunfa es el bipartidismo y así lo veremos el próximo diez de diciembre, que tampoco somos tan tontos, y lo que lleva funcionando en la España democrática es lo que tenemos desde las primeras elecciones. Pero no nos estanquemos en lo que ya sabemos y avancemos hasta Sánchez, un «doctor en económicas» (a ver si no me da la risa) que no sabe lo que es la recesión, como bien dejó demostrado el otro día en un «speach» que dio en no sé qué foro. Todo en él es puro fraude, y ya está vendiendo la piel del oso antes de matarlo prometiendo subidas de pensiones para diciembre, porque da por hecho que ganará y que será investido. ¡Pobre diablo! Ni esto va a ser así ni, aunque lo fuera, tendrán dinero las arcas del Estado para permitirse ningún tipo de subida. Tampoco hay que insultar la inteligencia de los pensionistas con falsas promesas ni desplegar esa ristra de mentiras, que ya impresionan a pocos. Mientras tanto la lista de plagiadores no deja de incrementarse. ¿Quién puede votar a Mr. Fraude sin sentir vergüenza de la papeleta que introduce en la urna?