Opinión

La Guerra de Secesión

Una figura de Teoría de la Historia se centra en el concepto o figura de «situación» que Xavier Zubiri intenta definir de la siguiente manera: «Es el modo como el hombre está instalado en el tiempo en relación con la experiencia». Digamos que es modal y, por consiguiente, implica postura colectiva al ser explícita en el tiempo. Se trata en nuestro caso de cuatro años de guerra (1861-1865) en los Estados Unidos, entre el Norte («Unión») y el Sur («Confederación»). Históricamente interesa la experiencia: ¿cómo encuentran los enormes y bien equipados ejércitos nordistas sus tierras al regresar? Encuentran una tierra próspera, en pleno rendimiento económico; se ha mantenido una tierra fértil, en el orden agrícola e industrial, de considerable riqueza. La consecuencia de esta situación se dio sobre todo en el Norte: una desmovilización militar expeditiva, con una absorción rápida de la motivación bélica de los ejércitos, absorbidos por la sociedad civil rápidamente.

Por otra parte, los confederados volvían al emplazamiento propio, pero a un Sur desolado y arruinado; la guerra se había librado de manera particular en su suelo por el sistema de campañas desoladoras del medio ambiente que, con insistencia, dirigió el general Grant: casas destruidas, suelo arruinado y patrimonios familiares empobrecidos y esquilmados. Además, grandes zonas devastadas, en especial en las ciudades como Richmond, Columbia, Atlanta, desaparecidas por bombardeos, fuego, saqueo y pillaje. La economía regional desplomada, con transportes caóticos. Las consecuencias sociales por la emancipación de los negros originaron una convulsión social, con deserciones masivas, enfermedades y hambre.

En pocas palabras, la Nación rota, por lo que resulta obligado abrirse a una mentalidad de reconstrucción. Tal situación culmina en 1898 con la crisis agraria del populismo, en choque con el progresismo: coincide con la crisis de Cuba y la España de la Restauración, signada por el asesinato de Cánovas del Castillo. En el espacio gigantesco del Océano Atlántico se aprecia la caída de España como potencia oceánica; todo ello hace pensar a la Historiografía que el final del siglo XIX impone un nuevo orden mundial. Así lo advierte el catedrático Jesús Pabón y Suárez de Urbina, autor de «El noventa y ocho, acontecimiento internacional». De manera que coincide la reconstrucción de los Estados Unidos con la desaparición de España como potencia mexicana y, en menos de una generación, como potencia europea (1915).

La política continental de los Estados Unidos se constituye en dueño estratégico del Caribe. El hecho más destacado es la reducción del poder español en el continente americano, que tiene una triple manifestación política: la línea autonomista por parte española, la guerra de independencia de Cuba (1895) y el interés comercial, político y estratégico de los Estados Unidos. En el orden histórico el gran problema se encierra en la Historia de la Independencia global de la América española, que ofrece cuatro defectos básicos: no distingue lo que es «pasado» de lo que es histórico; no es en absoluto réplica de la conquista, pues se olvida que la independencia se gesta en la época virreinal; la Ordenanza de Felipe II y las reformas borbónicas; y olvida por completo las leyes del espacio en el doble ámbito oceánico.

En los Estados Unidos confluyen las tres mentalidades revolucionarias del siglo XIX, forjadas en el racionalismo ilustrado del XVIII –Kant, Hegel, Herder–, con dos puntos de flecha: sistema de dominio del gran imperio napoleónico, que termina en derrota en 1815; revolución industrial británica: liberalismo comercial y financiero. Commonwealth: choque tradición-revolución, reforma-revolución; conservadurismo-liberalismo: toda la segunda mitad del siglo XX, el largo e importante fenómeno de la extinción de señoríos en España, estudiado a fondo por el catedrático de la Complutense Salvador de Moxo, con otros contrapuntos de la cultura burguesa europea, como el nacimiento del Romanticismo: el movimiento literario de «Sturm und Drang» («tormenta e ímpetu») o los poetas lakistas ingleses.