Opinión

La historiografía, discurso histórico

La crisis de valores mantenida durante todo el siglo XX origina dos fenómenos intelectuales: uno, de anarquía mental y orden social, que consiste en el rechazo de la Historia por anacrónica, caduca y retórica, culminando en el anuncio inexorable de su final; el otro, mucho más grave y escasamente inteligible, su integración en el campo caótico de las ideologías de una axialidad fundamental: la Historia como ciencia de la temporalidad, dota de una triple misión: conocer, comprender y comunicar al «hombre» en sus múltiples coordenadas, desde la más elemental cuantificación numérica hasta el más complejo análisis de mentalidades sociales.

Sin embargo, la Historiografía mantiene sus fundamentos científicos, continúa proporcionando imágenes históricas de aquellos aspectos constituyentes de la realidad, no del hombre, sino de la persona, de cuyo intimidad debe comprender el historiador cómo, en su relación personal con las «cosas», puede conseguir o no establecer «identidad» y por ella, aproximarse a la «realidad» histórica en su aspecto estructural, es decir, la relación de las estructuras formativas del «mundo histórico», por añadidura, plazo largo y en su máxima complejidad de la realidad a que se refieren sus contenidos.

La Historiografía es la forma y el estilo de la exposición histórica, que mantiene sus fundamentos científicos y cumple su misión de expresar en imágenes los aspectos que explican para la mente humana aquellas perspectivas constitutivas de la realidad a las que se refiere en la exposición de sus contenidos. La Historiografía es la forma y el estilo de la exposición de la historia, no la retórica, ni la producción retórica de la Historia, como la han definido los sociólogos, sino el discurso del suceder histórico, bien como «relato» individualizado de fenómenos históricos, que puede ser narrativo, pragmático o genético. Se enfrenta, en rigor, a tres desafíos del historiador: conocer, comprender, comunicar. Un conocimiento que debe partir de un problema básico de la investigación. El autor de una obra historiográfica debe contar con un componente ético que permita el máximo resultado en el análisis que conduzca al fin de la investigación. El componente ético radica en su propósito no de contar su verdad sino la realidad de la situación histórica que inscribe lo que analiza. El conocimiento no es un fin, sino un medio que se nutre de los resultados exhaustivos sometidos a una absoluta depuración crítica.

El historiador debe construir, mediante un ordenamiento, la imagen de las personas entre sí, en el tiempo, en su relación con bienes, productos económicos, sociales, culturales, políticos y religiosos; ordenar este conjunto de realidades y construir la imagen del tiempo que se produjo en el tiempo real: ordenar para construir, relacionando valores heterogéneos y disímiles para proporcionar los límites objetivos del mundo de otro tiempo que no es el propio del historiador.

Lo que se construye es una imagen historiográfica en la que pueden ocurrir muchas variables de gran variedad de contenido, de otras personas, en otros tiempos. Una vez comprendida la experiencia comunitaria, personal o mixta, el investigador comprometido en el análisis accede a su trabajo más expuesto que proceder a su comunicación histórica, que es justamente la Historiografía, en la que alcanza inteligibilidad la realidad investigada: este es el origen mismo del significado de la Historiografía y su importancia teórica. La elección de los hechos de la historia tiene una gran importación porque se trata de rehacer la realidad de lo que ya es pasado, desde un presente: su finalidad consiste en ensanchar los límites del saber histórico, destacando su intencionalidad comunicativa; esta comunicación incluye contenidos mentales, por ejemplo, ideas, juicios, afectos, valoraciones, estados psíquicos, propósitos, según ha sido estudiado por Nicolai Hartmann en su obra «El problema del espíritu objetivo» (1934). Se descubre de este modo una red de significados, con lo cual aparece diáfano lo que en ocasiones se representaba con oscuridad. Ya advirtió Dilthey que la «vivencia» es la mínima unidad para comprender la situación de un fenómeno histórico. Transitivamente, ha sido posible, historiográficamente, la afirmación del gran historiador francés L. Febvre: «No hay Historia, sino historiadores».