Opinión
El Río de La Plata
De todas las regiones naturales que ofrece el continente americano me parece que el Río de La Plata es en la que se aprecian máximos valores de coherencia geográfica, económica y social. Es, ante todo, el área de mayor incidencia internacional, de modo especial entre los años 1880-1930, cuando era el mayor exportador de carne, lana y cereales a la Europa industrial, financiera y empresarial. Los efectos de la agresiva coyuntura europea expresados en modelos de frustración –marginalismo comercial, dependencia agraria, descapitalización–, características del siglo XIX que alcanzan su mayor hondura en esta área del Río de La Plata, integrada por Argentina, Uruguay y Paraguay.
Paraguay nunca se ha recuperado totalmente de sus dos grandes traumatismos históricos: la expulsión de los jesuitas (1767) y la guerra de exterminio llevada por sus grandes vecinos blancos (1864-1870). Se trata de uno de los países más pobres de Iberoamérica; carece de perspectiva histórica; sus grandes metrópolis son Uruguay y Argentina; la casi totalidad de sus recursos económicos debe invertirlos en el mantenimiento del Ejército, garantía de su existencia nacional. En contraste, Uruguay se ha caracterizado por su enorme vigor democrático; Argentina, por su asombrosa capacidad productora. Es la extensión de tierra cultivable de mayor fertilidad y máxima irrigación de toda Iberoamérica.
Su núcleo es la Pampa (650.000 km²), un tercio de la Nación, extendida semicircularmente alrededor de la gigantesca capital, Buenos Aires. País de inmigración: desde 1850 y hasta 1940 penetraron cerca de siete millones de emigrantes (españoles, italianos, polacos, franceses, rusos, austrohúngaros, alemanes…), originando una homogeneización európida a su población. Después de la «tiranía» de Rosas, un predominio absoluto de la oligarquía liberal (1852-1916), hasta el primer ensayo de modernización política acometida por el radicalismo (1916-1930), fecha esta última que señala el comienzo de un proceso de crisis interna del que todavía no ha conseguido estabilizarse.
El área regional del Río de La Plata presenta y ofrece un interesante bastidor de interés histórico dentro del conjunto de Iberoamérica, pues en ella, con mayor intensidad, se presenta un interesante fondo de rendimiento histórico, en el que se proyectan las tres variables condicionantes de la «frustración nacional»: el condicionamiento económico de índole dicotómico agresividad-inhibición; la tensión entre la situación real de las actividades económicas en la región y los obstáculos internos y externos que se oponen al desarrollo; y, finalmente, la explotación dialéctica de la promesa de un «futuro espléndido». En definitiva, impulsos respecto a dinámicas políticas y económicas no concordantes con su propia realidad.
Los observadores de la realidad contemporánea argentina expresan frecuentemente su confusión por la coexistencia de dos imágenes perfectamente distintas del país: una gran dinámica económica, que la situaría entre los países más avanzados y progresistas del mundo, y otra, bien distinta, que la coloca en un puesto más modesto en su «vanguardismo». Esta doble imagen es confusa, pero exacta. Se debe, esencialmente, a la confluencia de ambas en un proceso histórico interconexionado entre los años 1930 y 1960. En esos treinta años cristaliza un campo coexistente entre la imagen del pasado -país rico caracterizado por un alto ingreso real por habitante y vanguardista en otros índices de avance económico y social- y la imagen crítica que en torno a los años sesenta presenta como trágica la situación social y económica de Argentina, arruinada por experimentos estatistas, hasta situarse en una línea de postración, ruina y subdesarrollo de la que no será capaz de emerger. Ambas imágenes constituyen una deformación ideológica que tanto pueden orientarse a la aprobación de una determinada política económica que a la justificación de un concreto régimen político. Más bien sería provechoso acceder a una confrontación coexistencial de dos etapas muy claras en la historia argentina contemporánea: la optimista de una prosperidad fácil y de gran caudal, que puede hacerse llegar hasta 1930, la otra, la del pesimismo enfermizo encerrado en la inviabilidad de cualquier solución, cuyo ámbito temporal alcanza hasta nuestros días. Se manifiesta en deprimentes premoniciones respecto al futuro y a la esperanza: la «visión del mundo» que ha producido una serie de circunstancias de todo orden, pero en un país de alta tasa emocional y gran densidad de opinión pública.
✕
Accede a tu cuenta para comentar