Opinión

El poder mundial

Es vox populi, repetida hasta la extenuación, que las dos guerras mundiales del siglo XX llevaron a los Estados Unidos a la cima del poder mundial, indiscutiblemente fundamentado tal aserto en su enorme juvenil pujanza económica. Ciertamente, se había producido en la década de los años cincuenta una reducción en los ritmos de crecimiento. De 1953 a 1960 la fuerza de trabajo creció con una intensidad del 1.5% anual, mientras la productividad lo hacía a un ritmo del 3.2%. Por su parte, la producción, que había aumentado entre 1945 y 1953 en un 5.2% anual, se redujo al 2.4% entre 1953 y 1960, con el consiguiente aumento de desempleo que, por referirse primordialmente a sectores de escaso peso político, fue ignorado.

A partir del gobierno de Kennedy comenzó un esfuerzo considerable por mejorar la suerte de los negros y los pobres; de los equipos y programas creados para tal objetivo surgieron, paradójicamente, las maquinarias y los agitadores políticos que incrementaron las convulsiones y la presión política sobre el gobierno, que no se detuvo ahí, pues de ello arranca la creciente violencia social interna, la contracultura juvenil y el desafío intelectual respecto a la legitimidad del «sistema». Una serie de cambios se produjeron con una intensidad continua desde comienzos del siglo XX para culminar justamente en la década de los años setenta: la afirmación de una sociedad urbana como alternativa; la configuración del sistema de Estado nacional; el desenvolvimiento de una identidad cultural peculiar; y, por último, la orientación hacia una formulación de índole postindustrial en los procesos de «desafío» y «decisiones», promotores de tensiones e inestabilidades sociales que se producen, con intensidad continua, desde comienzos del siglo XX para culminar, justamente, en la década de los años 70: una sociedad urbana; un sistema de Estado-Nación; una identidad cultural superior; y, por último, la orientación hacia una fórmula de índole postindustrial en los procesos de desafíos y decisiones, promotores de inestabilidad y tensiones.

En la historia del siglo XX se produce, efectivamente, una línea de ascenso político mundial de afirmación económica nacional, mediatizada por la responsabilidad del poder mundial, la quiebra del dólar, agudizado a su vez por la manifestación de factores que condujeron a una serie de factores manifiestos y visibles de signo «contracultural», con varios núcleos importantes. El primero de ellos fue la guerra y la movilización como consecuencia de la misma: Segunda Guerra Mundial, Guerra Fría contra el comunismo, Corea, Vietnam. La muerte de Stalin (1953), desintegración del amenazante y monolítico comunismo internacional, produjo un cambio interior especialmente juvenil, por otra parte atraída románticamente hacia figuras como Ho Chi Minh, Fidel Castro o Ernesto Guevara. Más importante fue, desde luego, la tensión racial originada como consecuencia del papel político y social de los negros, que a su vez tuvo su fundamento más fuerte en el importante cambio demográfico de asentamiento territorial de los negros y su concentración en las grandes ciudades. Tal fenómeno, por añadidura, la contrapartida de la población blanca hacia las zonas suburbiales de las grandes ciudades. Un tercer factor histórico radica en la considerable reducción de la fe religiosa que coincidió en los impulsos de la «Nueva Frontera» y la «Gran Sociedad» de Kennedy y Johnson, respectivamente.

Durante la guerra del Vietnam el rechazo del gobierno llego a la impensable posición de «rechazo a la Nación»: un síntoma gravísimo en la firmeza moral del nacionalismo norteamericano: en los años 1964 y 1965 el optimismo gubernamental del presidente Johnson era sistemáticamente desmentido por los hechos. De la cuestión de credibilidad se pasó, casi sin solución de continuidad, a la problematización moral. Tal actitud se confirmó con la comprobación efectiva de la impotencia de la enorme capacidad militar norteamericana. Por último, hay una serie de transformaciones estructurales: las transformaciones demográficas entre 1945 y 1975. En el transcurso de esta generación se manifestaron tres decisivos cambios: el enorme crecimiento de la población, la cual pasó de 140 millones a 200 millones; en 1970 el 70% de la población norteamericana vivía en ciudades. De aquí derivan tres problemas importantes: los problemas sociales alcanzaron una proyección de escala nacional: inadecuación de la imperante estructura administrativa; ascenso de escala nacional; ascenso de la política plebiscitaria con la contrapartida sociedad comunal opuesta a la sociedad democrática, que desde Tocqueville se había considerado opuesta modelizada en la sociedad norteamericana.