Opinión
El sentido de la historicidad
Toda división del proceso histórico es arbitraria y convencional, aunque desde el punto de vista metodológico constituye una necesidad imprescindible. En todo caso, sin embargo, la caracterización de una época, aunque pueda delimitarse cronológicamente, supone una referencia de localización, pues, de hecho, lo que implica una aproximación radica en la relación de cada persona con las actitudes colectivas, es decir, con la mentalidad prevaleciente en una concreta situación histórica, donde es imprescindible distinguir dos actitudes historiológicas: el trato existencial con lo histórico, característico de toda persona humana; a lo que debe añadirse, por otra parte y en segundo lugar, una reflexión, como medio suficiente para alcanzar la historicidad real. A estas dos actitudes debe añadirse una investigación empírica, como razón suficiente para estar en disposición de conseguir «comprender» la principal función intelectual del historiador: la experiencia histórica.
En virtud de su estructura ontológica, el hombre se despliega existencialmente mediante la convivencia con otros hombres e inventando cosas para su bienestar. En consecuencia, trata existencialmente con dos clases de realidades: una, aquella que está a su alcance mental inmediato; otra, la que tiene ante su mirada y su entendimiento. Por encima de esta «vivencia», la «conciencia» de que aquello que se tiene ante sí llegará a correr la misma fortuna, como manifestación directa de la realidad, que es una estratificación categorial, es decir, adquiere la condición de estar en disposición de construir su experiencia histórica, en conexión con el «tiempo» y el «espacio».
Cuando se plantea una caracterización relativa de la historia real, conviene tener en cuenta que además de una palabra es una «idea». Y que tanto la palabra como la idea,constituyen un concepto que proviene del mundo clásico griego, donde se forjaron simultáneamente la Historia, las Matemáticas, la Medicina experimental, la teoría de la Música y la Filosofía. Además, es necesario tener presente que la Historia, junto con todas las Ciencias del Hombre, es una técnica que representa el legado del Antigüedad Clásica. No es posible olvidar los primeros historiadores, como Herodoto que abandonó la incertidumbre del mito para centrarse más en el tiempo real del acontecer, así como lo visto y oído. O Tucídides, espectador y autor de las Guerras del Peloponeso que, consciente de la importancia del conflicto, eligió como objeto de estudio los acontecimientos coetáneos. O Helánico, que supuso la aparición de la erudición mediante la creación de un modelo cronológico, en el que se esforzó por situar todos los acontecimientos mediante una lógica de la historia.
Para comprender con plenitud, sin ambages ideológicos, siempre perecederos, cuál es el sentido de «época», no sólo debe tenerse en cuenta el triple estrato de manifestación de lo histórico –historiográfico, fenomenológico, metafísico–, sino también su interacción lógica, moral y esencial de lo que se tiene cerca –y por tanto a la vista–, idea fundamental que no se refiere a la vulgaridad de la fugacidad del tiempo, sino a que el hombre, la «persona humana», es una realidad de tiempo que se prolonga en las estructuras históricas. Nicolai Hartmann ha introducido la temporalidad como la nota específica de la realidad, contra el viejo prejuicio de que lo temporal carece propiamente de realidad y demostrando, por el contrario, que solo lo intemporal es real. Para este eminente pensador, lo temporal tiene un ser meramente ideal y, por añadidura, dependiente e incompleto, pues se mueve en nuevas generalidades que en lo real sólo constituyen momentos parciales. Afirma Hartmann que realidad, en toda su extensión y valor, lo tiene exclusivamente el ente temporal, precisamente en razón de la negatividad aneja a todo lo temporal: la duración limitada, el surgir y sucumbir, que es, en definitiva, lo que otorga al hecho la condición de proceso para explicarse racionalmente. La realidad no es nunca general, es inseparable de la individualidad, en el sentido de darse una vez y ser único. Por esa razón, la caducidad le es inseparablemente aneja. Cabalmente, de esta nota deduce Hartmann la caducidad como modo superior del ser. Efectivamente, darse una vez consiste en la imposibilidad de repetición: aquello que pudiera volver a ser lo mismo sería simplemente generalidad, no peculiaridad. Solo lo que será una vez tiene la determinación total que constituye la realidad.
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