Opinión
El poderío norteamericano
La primera manifestación del poderío militar norteamericano se originó a consecuencia de una interpretación peculiar del presidente Cleveland sobre la doctrina Monroe, con motivo de un incidente fronterizo en la Guayana inglesa entre Inglaterra y Venezuela, como expresión del rechazo que la nación europea hizo del arbitraje norteamericano. El Secretario de Estado norteamericano comunicó que «los Estados Unidos son prácticamente los soberanos en este continente y sus órdenes son leyes». La indignación británica alcanzó altas cotas, pero no tuvieron más remedio que ceder ante la contundencia de la armada norteamericana, cuya potencia era un hecho efectivo antes de la demostración del 98 de Cuba, en la guerra contra España, que fue de ayuda a los insurgentes que luchaban por su independencia.
Por añadidura, esta intervención norteamericana señala el comienzo de su expansión imperialista en el Caribe bajo el signo protector del paternalismo, bajo el cual se desenvuelven importantes intereses empresariales norteamericanos. El comportamiento de la prensa y de los intereses empresariales guarda un paralelismo impresionante con actitudes de los guerrilleros de Sierra Maestra en los acontecimientos de 1956-1959. La campaña de simpatía hacia los insurgentes cubanos fue seguida de diálogos y conversaciones diplomáticas y culminó en la intervención armada norteamericana decisiva, pues destruyó los débiles barcos del Almirante Cervera.
Este triunfo supuso el comienzo del impulso imperialista, que adquirió fuerza imparable con el ascenso a la presidencia de Estados Unidos de Teodoro Roosevelt. La participación activa de los Estados Unidos en la decisiva época (1898-1910) y, simultáneamente, la culminación del movimiento imperialista y el comienzo de los procesos históricos de colonización y anti-imperialismo fueron de gran contundencia, tanto en el Lejano Oriente, con la afirmación de Japón, como especialmente en el Caribe, hacia donde apuntaba como objetivo primordial la estrategia presidencial. El primer paso fue la negociación de Panamá. En 1904, el segundo tratado Hay-Pauncefot establecía la cesión por Inglaterra a los Estados Unidos del derecho de construcción y defensa de un canal. Al año siguiente fueron comprados por cuarenta millones de dólares los derechos a una compañía francesa. Roosevelt cursó rápidamente instrucciones a su Secretario de Estado para que comprase a Colombia un territorio donde debía construirse el canal. La protesta colombiana hizo que se alentase y estimulase una revolución panameña contra Colombia, que estalló el 3 de noviembre de 1903 y encontró el apoyo de un buque de guerra norteamericano enviado al escenario del conflicto.
Tres días después de esta «revolución», Estados Unidos reconoció la nueva República de Panamá e inmediatamente el agente de la compañía francesa Philippe Bunau-Varilla, investido de la función de ministro de la nueva república, negoció un tratado que autorizaba a los Estados Unidos a la construcción del canal. Muchos años después, Estados Unidos pagaba a Colombia una indemnización de veinticinco millones de dólares. El 15 de agosto de 1914 se abría el Canal de Panamá al comercio mundial. Pronto surgió la necesidad de seguridad y defensa, para lo cual era fundamental convertir el Caribe en un mar norteamericano mediante la asunción de los Estados Unidos, a través del «Corolario Roosevelt a la doctrina Monroe», de mantenedor de la justicia de vigilancia internacional en cuanto «nación civilizada». Los sistemas para conseguir el propósito global del dominio del Caribe fueron de lo más variado: en Nicaragua (1912) empleo directo de tropas; uso del capital privado para desalojar la competencia extranjera («Diplomacia del dólar»), entusiásticamente continuada por el presidente W. Wilson, a partir de su elección en 1913, mediante el sistema de «intervenciones armadas para mantener la democracia». La audacia de la política de Wilson alcanzó un límite extremo en México, donde el estallido de la revolución, a partir de 1910, marca el horizonte del descontento nacional por el mantenimiento de una estructura de poder, por la constante intervención norteamericana en los procesos revolucionarios y, sobre todo, por la importancia que los yacimientos petrolíferos mexicanos iban adquiriendo.
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