Opinión
El bien del mal
Hemos superado las terribles cifras de fallecidos de China y andamos a la zaga de las de Italia. Los investigadores no saben si lo peor llegará este mes o a lo largo de abril. Al confinado en casa le queda una amarga sensación de impotencia, de pobreza extrema, de prolongada mendicidad. Fuera, paradójicamente, la primavera ha estallado. De manera casi obscenamente anacrónica con respecto al corazón, la naturaleza nos recuerda que la vida sigue. Hay un ímpetu en la existencia que no depende de nosotros, que está en marcha. Es primavera en el geranio de la terraza, en el olor del árbol desde el balcón, en el temblor dulce de la lluvia. Hay un ritmo marcado, que grita que sigamos adelante. Seas médico o enfermera, transportista o tendero o cajera. Seas farmacéutico o empleada de hogar, adelante. Si estás aislado en casa, adelante. Si te toca estar en una cama de hospital, siempre adelante. Y te digo más –con temor y temblor– si estás luchando a muerte con la enfermedad, si lo están tu padre o tu madre, tu ser querido, adelante. Adelante, proclama todo. Hay una diferencia entre el misterio –porque los hombres y mujeres no entendemos– y el absurdo. Y el mundo no es absurdo. Cada pequeño brote publica la positividad de este camino. Cantan los pájaros y las palomas zurean. Es verdad que porque no saben nada de este dolor, pero también porque están ordenados a ello, programados para la belleza, para un misterioso bien.
Si ni siquiera puedes ver a tus seres queridos, si estás en la UCI rodeado de hombres y mujeres buenos, con máscaras y gafas y trajes de astronauta, si eres creyente y no puedes confesarte, o si simplemente tienes miedo, basta una mirada al cielo, un canto del corazón. Adelante. Adelante que esto tiene sentido, amigo. Todo menos negar la primavera que estalla delante de nuestros ojos. De un modo extraño, desde luego no elegido por nosotros, lo que nos está pasando permite intuir el extraño equilibrio que hay en todo. Tenemos una rara oportunidad para educar a nuestros hijos y crecer como personas. Para seguir a los que son un ejemplo.
El gran escritor que acaba de morir, nuestro colega y maestro vallisoletano, José Jiménez Lozano, nos ha dejado dicho: «Merece la pena vivir porque hay personas, hay pájaros, hay cosas que están excelentemente bien». Ayer hubo una puesta de sol estruendosa. Bellísima. La naturaleza grita hermosura. Y seguirá habiendo una puesta de sol tras otra. «Es tan admirable la vida y tan admirable el hombre, que todo debiera conservarse, absolutamente todo. Nada debería perderse. Por misericordia y para ejercerla con nosotros mismos». Eso dijo Don José, sigámoslo.
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