Opinión

Almeida

Ha pasado un año. Llegó a la Alcaldía después de una noche en la que hubo que improvisar un «tablao» en la sede del PP y tras el halo de laicismo cuasi místico que dejó la caída de Carmena. Le estaban esperando los que no quisieron ver donde se había gestado la desafección con Manuela. Convertir un icono pop en la alcaldesa de todos los madrileños y de todos los «madriles» necesitaba ir más allá de la M30… no se fue, ella perdió y se largo. En esto llegó Almeida sorteando las emboscadas y las zafiedades. En su vida profesional ha conocido la administración, los límites y las miserias de la política. Posee el verbo afilado capaz de tocar la fibra o las pelotas. En un tiempo de maniquíes y gurús, de reglas en la lengua y cinta americana para el discrepante ha transitado por la oratoria del respeto. No ha querido ni colonizar el Ayuntamiento ni hacerlo a su imagen y semejanza a golpe de altos cargos. Capaz de complementar la habilidad del «colega cabroncete» con la del que siempre está para acompañar en el café y en el gin tonic y «qué se debe» y «por favor». Esquivo con el regate corto y el electoralismo ha devuelto a la política la «naturalidad». «Voy a prepararme la improvisación de mañana»… hay algo en él de Churchill cañí para estos tiempos raros. De sus ratos de opositor se quedó con los temas y ha aliviado el recitado. Lo mismo aparca la mirada en el infinito que construye un discurso necesario sobre la fuerza y necesidad de salvar las instituciones. Lleva con tranquilidad la sonrisa de chistes de sobremesa, la solemnidad de los edificios de piedra y techos altos y ser del «Atleti». Hasta domestica la corrección política con un palo de golf , con un «lay up» para momentos de necesidad, que los habrá, en el Ayuntamiento y en su partido. Quizá porque está como es y sabe que la soberbia es el veneno que ha acabado con los mejores. Ha construido con Villacís la versión idílica de los Ropper y ha construido en la dialéctica con Rita Maestre una figura para aglutinar las opciones de la izquierda. La diosa Cibeles vigila unos pactos que para estos días de «y tú más» son un modelo. Se avecinan meses de ensanchar mayorías y de gestar acuerdos duraderos y con reglas claras. Me imagino que estos días habrá echado de menos los atascos y que los recorridos en moto, esos ratos sin móvil ni conversación, duren unos minutos más…