Opinión

El triunvirato

Las recientes elecciones, sobre las que ya se ha escrito casi todo, han demostrado que el triunfo es para los que son capaces de ensanchar las bases, que el radicalismo a lo más que puede aspirar es al ejercicio de la oposición o la mamporrería. Es una enseñanza básica que aplicada al PP marca con nitidez dónde está el triunfo electoral. La «operación Iturgaiz» y su alegre victoria sobre las encuestas, con solo 5 diputados, es un brindis a lo más sombrío. Así que los analistas y futurólogos miran la receta del Feijóo de las cuatro absolutas. No sé si está en sus planes venir a Madrid para quedarse. Los trenes en política son de línea regular y solo hay que decidir día y hora. Después de las primeras generales con Casado como cabeza de cartel ya tuvieron un encuentro y un compromiso del presidente popular de «centrar» el partido. Luego los nombramientos demostraron que no había ningún interés en seguir las consignas del vigilante gallego. Así que ahora vuelven esos compromisos que terminarán por disolverse con el paso de los días y las sesiones de control en el Parlamento. Eso lo sabe Feijóo, que para lo que tenga que pasar con el PP, también ha decidido ensanchar las bases desde el punto de vista ideológico, estratégico y territorial. La idea de alternativa en el Partido Popular no es él, es el triunvirato, Roma siempre albergó soluciones hasta que llegaron los bárbaros. En el capítulo de agradecimientos Feijóo señaló a Moreno y a Mañueco, luego ya habló de «otros presidentes» y, por supuesto, del «presidente, por su confianza». El andaluz dio la enhorabuena por «experiencia, equilibrio y moderación» y el castellano y leonés por «centralidad, experiencia y eficacia en la gestión». En la experiencia y en la gestión está el aval del PP. La crítica interna es que han ocupado puestos de responsabilidad en el partido aquellos que nunca, o casi nunca, ocuparon puestos de gobierno y quienes lo hicieron están encapsulados, apartados o utilizados en ferias y fiestas. Un partido de gobierno es una máquina para ganar elecciones, cuando se renuncia a eso se acelera el final. El empeño teórico, luego ya los resultados mandan, no puede ser con quién sumar sino cómo puedo atraer a los votantes de otros o a los que no son de nadie. Entre la mendicidad dialéctica, el victimismo o el ladrido siempre es más efectiva una dosis de triunfalismo, «ma non troppo», la firmeza y amabilidad del que tiene que gestionar las cosas de comer. Vienen meses de cohabitación y miedos.