Opinión
Transparencia
Pues ya tenemos a Juan Carlos de Borbón fuera de España. El verbo a utilizar va del «echar» al «huir» con todos los matices buenistas que cada uno quiera. Un cortafuegos tan traumático como inservible, tan artificioso como inútil. El comisario que grababa todo sabía que hacer públicas las conversaciones de Corinna iban a romper el débil tablero institucional. Él sigue en la cárcel pero ha cumplido su amenaza y ahora hay un socio del Gobierno de España dispuesto a saltar a la yugular de la monarquía, un socio al que no le valen las guillotinas de telediario ni las caribeñas. Podemos sabe que el Rey siempre es mejor baza que una presunta «caja B». Las tensiones económicas y presupuestarias harán que enseguida encuentre eco en otras fuerzas políticas de las llamadas «de investidura». Si de verdad se quiere poner a salvo la institución ha llegado el momento de ponerse por delante de la rutina política. A la monarquía, con Felipe VI al frente, solo la salva la «transparencia». Hemos llegado a esto porque el Rey siempre ha estado emboscado y escondido entre empresarios oportunistas, políticos más o menos interesados que dejaban hacer, medios complacientes y servicios, públicos y privados, encargados de tapar sus asuntos de sexo y dinero. Cuando se preparó la Ley de Transparencia los principales recelos llegaron precisamente de la Casa, de los sindicatos y de las fundaciones de los partidos. Ahora los consejeros de la corte, que echando un vistazo necesitan relevo generacional, tienen que coger el guante que les deja el Gobierno, que no quiere saber nada de asuntos peliagudos, para marcar nuevas reglas. Ahora que la ciudadanía tiene decenas de preguntas ¿Dónde está? ¿Quién paga? ¿qué pasa con Doña Sofía? ¿Dónde está el dinero? ¿Quién más está en el ajo?¿por qué mantiene el título?… Ahora que el Ejecutivo arrastra los pies porque tiene la bronca en su seno y se limita a proclamar la vigencia del «pacto constitucional», es el momento de la Casa Real dentro de su acotado espacio de maniobra. Tendrá que dar respuesta a todas esas preguntas que confluyen todas ellas en un ¿para qué sirve la monarquía? Si Zarzuela sigue entendiendo la comunicación como el mecanismo de un reloj de cuco todo el desgarro no habrá servido de nada. Es el momento de abrir las agendas, dar contenido y publicidad a los encuentros, ventilar, salir de determinadas páginas y programas, escapar de Palacio, hablar sin leer, que el CIS pregunte, algo tan loco como una entrevista sin cartón piedra… intentar salvar los muebles, bueno el mueble: el trono.
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