Opinión

El pedo de un hipopótamo, como el amor, fue una fake news

Leí la noticia de que un hipopótomo había noqueado a tres personas con sus gases y me la creí. Vivimos rodeados de ficciones: los Reyes Magos, las patrias, el dinero. Y el amor

Me la colaron. Vi la noticia y me pareció tan graciosa que ni se me ocurrió pensar que podía ser mentira. En caso de duda, además, yo sigo la teoría de, creo, Woody Allen: «Lo importante no es que una cosa sea verdad o mentira, lo importante es que sea divertida».

Así que cuando leí que un hipopótamo se había tirado un pedo en un zoo de Cantabria y con sus gases había tumbado a tres personas, apagué todas mis alarmas de verosimilitud y me entregué a la noticia encantado.

Encima, incluía la palabra pedo. ¡Qué más se puede pedir!

Soy presa fácil, también es verdad. Si tengo que elegir en internet entre una noticia curiosa y el último análisis geoestratégico de Europa por la inestabilidad política de Bielorrusia y sus problemas de encaje en el continente, pues (y que me perdonen todos los periodistas que han hecho de la dignidad un relato con el que esconder que no saben cómo ser rentables) elijo al hipopótamo.

Y encima la mandé a un grupo de amigos. Ahora me siento como si Miguel Bosé se levantase una mañana, después de ir a terapia, y se pusiera a ver todos los vídeos que ha estado grabando este verano...

Vivimos rodeados de fake news, lo que pasa es que las damos por buenas. Una mañana me levanté con los gritos de mi hijo: «Papá, que el Ratoncito Pérez no me ha dejado nada en la almohada». Me maldije por haber olvidado que se le había caído un diente y a toda prisas, sin gafas, busqué alguna moneda en mi cartera. Nada.

Hice lo único que podía hacer. «Mira hacía allí, creo que le veo», le dije, mientras le ponía debajo de la almohada un billete de diez euros, lo único que tenía en aquella mañana de urgencia. Me vio, claro. Pero entre el euro que le dejaba el Ratoncito Pérez y los diez que le dio su padre, no le echó nada de menos. Eso sí, desde entonces se tira de ellos a todas horas y mi frase-amenaza para que se los lave: «Si no lo haces, se te van a caer», creo que produce el efecto contrario del que pretendía.

Nos parece bien que niños de 5 o 6 años (que vete tú a saber qué vídeos ven en la tableta) crean que los Reyes Magos existen, mientras los padres las pasamos canutas para esconder los regalos en los armarios desde el «Black Friday» hasta el seis de enero. Puedes contar que has triturado a una persona y te las ha comido, que las miradas acusadoras que recibes no serán peores que si hablas de los regalos de Reyes que has comprado con un niño delante.

Vivimos en ficciones y no nos parecen graves: los Reyes Magos, las naciones, el dinero...

O el amor. Ahora se acaba el verano. Quién no ha creído nunca en ese amor de verano, tan peliculero, que deja huella toda la vida. Ese amor tan de poema de Neruda.

Fake news. Neruda abandonó a su hija con hidrocefalia y el amor es cuando, después de cenar brócoli, se te escapa un pedo de hipopótamo justo cuanto tu pareja se va a meter en cama contigo.

Y ni se desmaya ni se va.

Pero, claro, a ver quién consigue un click con eso.