Opinión

La costurera de Frankenstein, por Jorge Vilches

La estabilidad de un Gobierno de coalición reside en el partido que tiene el poder para mantener la mayoría, en el grupo que es capaz de atar a otros más pequeños para obtener el número mágico que permite aprobar leyes. En la teoría clásica era el gran partido, el mayoritario, pongamos el PSOE, quien tenía el poder para ceder a las demandas de otros menores. Ahora ya no es así. Podemos se ha convertido en un año en el interlocutor de los partidos pequeños y, por tanto, en el garante de la coalición.

Sánchez e Iglesias acordaron formar Gobierno la noche del 10 de noviembre de 2019. Habían fracasado los dos. No solo no sumaron más votos, sino que perdieron escaños. Dio igual. Lo importante era tener la mayoría parlamentaria necesaria para pasar la investidura y luego atar la legislatura. Este ha sido justo el papel de Podemos.

La costura de esa mayoría no dependía de la idea de una España plurinacional y federal. Los independentistas no quieren otra España, sino una ruptura, y eso es lo que ofrece Podemos. Mientras el PSOE sigue siendo una maquinaria volcada en el mantenimiento como sea de Sánchez, Unidas Podemos continúa el clásico plan comunista de desestabilizar para recoger el poder absoluto de entre las ruinas.

Las discrepancias entre los dos socios del Ejecutivo español se han desbordado esta semana. No hay acuerdo en las relaciones laborales, la vivienda, ni en la política exterior. Los podemitas quieren subir el SMI, llevar a cabo la contrarreforma laboral, intervenir en el precio de los alquileres, prohibir los desahucios, y tener una política exterior tercermundista.

No importa que todo esto se haya demostrado un fracaso donde se ha llevado a cabo, ni que vulnere derechos, o que suponga bendecir dictaduras. Lo relevante es mostrar diferencias con el PSOE y adquirir personalidad propia. En caso contrario, Podemos será absorbido por el partido socialista, porque el primer efecto de todo gobierno de coalición es que el grande engulle al pequeño.

La fuerza del socio menor, en este caso Podemos, reside en asumir un papel insustituible en gobiernos parlamentarios: ser el pegamento de la mayoría, la costura del cuerpo de Frankenstein. Esta es la ventaja que está adquiriendo el partido de Pablo Iglesias sobre el PSOE de Sánchez. Ha comprendido que el poder se asienta en conformar un bloque con izquierdistas y nacionalistas, con aquellos que quieren concesiones del «Gobierno de Madrid» y arrinconar a la derecha. Podemos se colocó mejor que los socialistas para asumir ese papel de garante de las demandas independentistas, de la plurinacionalidad del Estado y de la barra libre de referéndums.

El comunismo populista no tiene complejos y sabe que su poder radica en que ese bloque no se deshaga. Es la razón de por qué Podemos quiere que la elección de los vocales del CGPJ no sea solamente por mayoría absoluta en segunda vuelta, sino que tenga una mayoría reforzada. Esto significa que la votación ha de tener el beneplácito de cinco de los diez grupos del Congreso; es decir, además del PSOE y Podemos, quiere contar con ERC, Bildu y el Grupo Plural, compuesto por el BNG, Compromís, Más País y JxCAT. Si esto se consuma podríamos tener que doce de los veinte vocales del CGPJ responderían a ese bloque, arrinconando a los liberales y conservadores. Veríamos otra mordida totalitaria, «transformadora» dicen los comunistas, para asentar la ruptura. Este sistema de la mayoría reforzada, en fin, sería la confirmación del éxito de Iglesias en la coalición, la demostración de que Podemos es la costurera del Frankenstein que asegura que Sánchez siga en Moncloa.