Opinión

Un hombre educado

Salvador Illa es un hombre educado, y no es decir poco. La educación es el marketing de la decencia. Podría ser un excelente gestor y además, un hombre educado, aunque no es el caso. Se puede ser un pésimo gestor y una persona que guarda las formas, es cierto, pero también se puede dar el caso del patán grosero. Parte de la clase política se ha degradado tanto que un gestor educado y con cierta apariencia de honradez es noticia. De Illa nos quedamos con las gafas que le dieron un aire bonancible, de Salvador despistado, casi de teleñeco de la tristeza y el silencio de aquellos días que llevaremos en adelante como un socavón en el pecho. Con los momentos en los que le brotó la ira y la contuvo y también con la pandemia que no vio venir, el comité fantasma, el rechazo a la petición de material sanitario y los enfermeros cuando entraban en las UCIs envueltos en sacos de fertilizante con agujeros cortados con tijeras para meter los brazos, como niños disfrazados de espantapájaros.

Todo se puede hacer mejor y peor, también. Con la perspectiva de los días, que Sánchez haya elegido al gestor de la pandemia como candidato a las catalanas entra dentro de la costumbre del presidente de poner sus atributos políticos encima de la mesa. Es esa una manera de ir por la vida: sacando pecho de sus errores más flagrantes, cruzando líneas rojas y pasándose tres o más pueblos. La elección de Illa también guarda para sus votantes el irresistible valor de que cabrea a los de enfrente y la cosa sanchista de la contradicción. Hubiera sido un candidato menos ‘pédrico’ si 24 horas antes de su designación no hubiera andado diciendo que el candidato era otro -¡Oh, Miquel Iceta, no es que ejercieras de magnífico lanzador de globos sonda! ¡Es que eres el Jacques-Étienne Montgolfier del Eixample!- Digo que jurar una cosa y hacer la contraria es algo tan de Su Pedridad que empieza a ser una regla que si este Gobierno descarta algo, es señal inequívoca de que ese algo va a pasar.