Nevada

Nieve, palas y otras filomenalidades

Estos días entrantes de enero parecen el último bis del 2020 más que el calendario que prometía este nuevo año

¿Recuerdan la primera vez que vieron la nieve? Uno todavía conserva en la memoria el resplandor de la superficie y esa atracción fatal. La misma impresión que después reconoceríamos en la adolescencia al descubrir al fondo de la barra la primera chica que nos mola de verdad. Las dos vivencias comparten un denominador común: en ambas ocasiones resbalamos. La recomendación de las autoridades para que los ciudadanos permanecieran en casa durante la nevada resultaba un trámite de oficio. Una declaración para cubrirse las espaldas y que nadie les acusara de no haber advertido de que el hielo hace patinar y que esculpir muñecos de nieve congela los dedos. El espectáculo del fin de semana era demasiado tentador para evitar caer en él. Como encerrar a un dipsómano en una bodega y apelar a su salud para que no descorche una botella. Las calles se convirtieron en un cuadro de Brueghel, pero con abrigos de North Face.

Lo que nadie podía preludiar es que una ciudad tan de secarral como Madrid, geográficamente, una extensión urbanizada de La Mancha, diera asiento a tantos esquiadores. Pero Filomena ha traído una ventaja: nos has revelado de qué pasta están hechos nuestros vecinos. La borrasca ha mostrado unos barrios capaces de afrontar un Apocalipsis glacial digno de Roland Emmerich y escapar con éxito del trance. Hay quien bajaba a la calle con la modesta ropa que proporciona vivir en una urbe donde el frío más riguroso es contemplado como una leve incidencia en la Europa septentrional y quienes salían equipados como los participantes de unos Juegos Olímpicos de invierno. En las calzadas había suficientes esquiadores para pensar en la posibilidad de estar en Finlandia. Las preguntas resultaban inevitables: ¿Quién guarda trineos en su piso? ¿Quién se ha tomado las molestias de aprender cómo hacer un iglú? ¿O de reunir suficientes conocimientos para montar arrastres de perros? Y la cuestión más inquietante: ¿Por qué alguien guarda una pala en su piso de la capital? Sobre todo, cuando la mayoría carecen de terraza, jardín y trastero. ¿Dónde la guardan? ¿Para qué la usan? ¿Con qué personas convivimos?

Jamás había bajado siete plantas en un ascensor con un vecino cargado con una pala. Uno respira la misma tensión que en un western de Sergio Leone. Queda la inquietud si el viaje terminará como una película de terror, un filme de Tarantino o todo se reducirá a una escena de suspense de Hitchcock. Estos días entrantes de enero parecen el último bis del 2020 más que el calendario que prometía este nuevo año. En menos de una semana hemos conocido un asalto al Capitolio, unos pirados han censurado «Grease», nos ha barrido una nevada y hemos descubierto cómo son nuestros vecinos. El 2021 ha empezado Filomenal.