Coronavirus
Tiempos raros
Nuevos y extraños, sí. Tanto como que veamos como normal que un partido de gobierno busque, en nombre de la democracia, aniquilar periodistas críticos con ese gobierno por el hecho de serlo.
Amalia camina calle abajo paseando a Zeus, el perro que tras mucho insistir ha conseguido su hijo Javier que adoptaran. Disfruta sacándole. Ha descubierto que, entre otros muchos dones, la compañía del perro obliga a una agradable disciplina de paseos al menos un par de veces al día.
Últimamente no le abandona una incómoda sensación de irrealidad, como si viviera en una extraña ensoñación. Todo ha cambiado de repente y parece como si no quisiéramos aceptarlo.
Las mascarillas. Ese es el ejemplo y al mismo tiempo el símbolo. Todos llevamos mascarillas. Ella solía usar las de tela, pero como ha oído en la radio que algunos países las están empezando a desaconsejar o prohibir, ahora lleva ffp2, que son al parecer las más seguras. El mundo entero respira a través de ellas, ya no nos vemos las sonrisas ni percibimos el aliento cercano. El miedo nos distancia y nos encoge.
Intentamos seguir con nuestra vida, pero hay tantas limitaciones, nos levanta la prudencia tanta frontera, que ya resulta imposible. Y eso si estás sano, que si eres sospechoso o te descubres portador o infectado, estás abocado al aislamiento.
No me diga usted que si hace apenas un año nos dicen que estaríamos así alguien lo iba a creer. No había imaginación capaz de dibujarlo y hacerlo verosímil. Pero así estamos.
Y los negocios perdidos, las tiendas y bares cerradas en esta misma calle por la que pasean Amalia y Zeus; y las distancias que no se han podido cubrir, y los adioses en soledad. Y la incertidumbre. Ahora, además, el borrón sobre la esperanza de las vacunas. No sólo no se cumplen los plazos ni se gestiona como debiera con diecisiete planes distintos, sino que resulta que las farmacéuticas parecen dispuestas a jugar con ventaja y mercadear con la ansiedad del mundo por acabar con esto.
Será, piensa Amalia, cuestión de ajustes, como todo. Como nos hemos tenido que ajustar todos a la nueva vida. Algunos hasta perdiéndola. Los demás, forzados por lo imprevisible.
Es un mundo raro en el que las elecciones son procesión de riesgo que a la vez se convierte en objeto de debate político. Ha empezado la campaña de las catalanas en un escenario tan raro que hasta ayer no era seguro que fueran a celebrarse el 14 de febrero previsto. Menudo San Valentín. No hay mítines, pero el apego de la clase política a sus viejas formas es tal que han estado a punto de romper confinamientos como si acudir a escuchar a los líderes fuera acto de necesidad. Líderes, por cierto, que han aprovechado para sacar de la cárcel a sabiendas de que eso está en disputa con el Tribunal Supremo, pero qué importan las disputas con los tribunales, si al final son los tribunales los que fuerzan elecciones y terminan marcando fechas. ¿Qué decían de la desjudicialización de la política? ¿Cómo pretenden hacerlo si en cada gesto político buscan una provocación a la Justicia?
Le ha dicho su amiga Raquel, que vive en Barcelona, que a su cuñado le ha tocado mesa electoral y van a tener que ponerse EPIS y vestirse de sanitarios en la última hora de apertura de los colegios porque van a poder ir a votar contagiados y los que estén en cuarentena. Tiempos raros.
Claro que para raro, que Vox le procure al gobierno de Sánchez e Iglesias un respirador artificial sin el cual no habría sacado adelante un decreto importantísimo. Y eso pasó esta semana. Qué duro tiene que haber sido mirar con gratitud desde el banco azul a esa extrema derecha que trae y lleva los demonios del pasado.
El miedo y la distancia que se ocultan tras las mascarillas, sobrevuela además la disputa en la Universidad. Defienden y convocan los rectores exámenes presenciales, con los alumnos en las aulas. Recelan éstos, pero es el mismísimo ministro el que afea esa decisión y sostiene que arriesga la salud y por tanto deberían ser telemáticos. Cualquiera sabe, pero ella preferiría que Javier se examinase desde casa. Como cualquier madre, ¿no?
Son definitivamente tiempos raros. Nuevos y extraños, sí. Tanto como que veamos como normal que un partido de gobierno busque, en nombre de la democracia, aniquilar periodistas críticos con ese gobierno por el hecho de serlo. Las redes sociales facilitan esa suerte de inversión de papeles en los que el poderoso y su clá tratan de acongojar al crítico o al adversario. Cierto es que eso estaba ahí, que no hacía falta una pandemia y sus mazazos para fragmentar al país, dividir a la gente. Pero toda esta anormalidad ya agotadora potencia comportamientos extremos.
¿Qué vendrá después? ¿Qué nos encontraremos cuando consigamos que todo esto pase? ¿Quién habrá ganado y quién perdido?
No tiene Amalia la respuesta, sólo la inquietud porque esa suerte de impericia que quienes gobiernan, aquí y en Europa, parecen mostrar ante los tiempos de crisis, no alimenta demasiado las esperanzas en que podamos salir con bien de esto.
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