Política

La matraca del amor

Todas las decisiones, incluso las más falaces, pueden esconderse bajo la apariencia de un acto de generosidad

Ciutadans ha retirado de la campaña a las catalanas unas fotografías en las que una gente se daba abrazos a sí misma, se supone que porque ya no queda nadie más a quién abrazar. En Lucena han prohibido pararse por la calle para no «elevar el número de contagios». José Álvarez «Juncal» quería reencarnarse en obispo de Lucena, pero Lucena no tiene obispo; ahora hay lucentinos que van por ahí sin detenerse como un río que no se detiene, como esos pájaros que duermen en el aire. Hablaba de los abrazos y de la campaña de Illa que va un poco más allá en la propuesta a la ciudadanía y aparece El Salvador de galán de las pandemias de mi Españita con un mensaje escrito que dice «hagámoslo». Ya no sabe uno si el político le está pidiendo el voto o el teléfono y va temiendo que la cita con las urnas vaya a ser otro tipo de cita.

Manuela Carmena le guisó unas empanadillas a Íñigo Errejón en su casa y se rompió una pierna cuando sacaba la fuente de la cocina, pero de aquel encuentro maternal se alumbro el célebre Carmejón. Cualquier político puede ser el mejor cocinero del mundo, el mejor padre del mundo y el mejor marido del mundo. Cuando me enfado demasiado con alguno, intento imaginármelo por la noche acostando a sus hijos y se me pasa.

Llevado por ese candor emocional ha llegado Salvador Illa a Cataluña a luchar con los independentistas mediante su arma secreta: el amor. A mí me llama la atención esta teoría del ibuprofeno y del masaje político al secesionismo. Sostiene que conceder es la clave para la solución de lo que llaman el problema catalán y tiene el fondillo argumental en que hasta ahora a los catalanes se les ha negado el pan y la sal. Hasta el procés no se hizo otra cosa que agraciar a Cataluña y conceder las mayores gracias del Estado a cambio del apoyo de los nacionalistas catalanes a quien gobernara España. Con aquellas victorias territoriales construyeron la arquitectura emocional, educacional y política del procés tras el cual sigue pactando el socialismo con sus autores como si nada hubiera ocurrido.

Digo que después de 2017 viene Illa a luchar con los independentistas en la Santa Cruzada de las catalanas. Ha dicho el Salvador que promete no pactar con los independentistas. Esta no nos la sabemos, pero si nos la tararean, se la cantamos. De momento, resulta un espectáculo mágico, ver a Illa prometiendo que no va a aliarse con los secesionistas catalanes cuando viene de ser ministro de un Gobierno alumbrado gracias justamente al pacto con los secesionistas catalanes. No hay otra razón en la misión de Illa que la de asentar el pacto entre Esquerra y los socialistas que daría a Sánchez la estabilidad para esta y otra legislatura. Se dice mucho que este acuerdo con el independentismo, pretende terminar con el independentismo. Así vemos en la coalición de Iglesias con Sánchez y en el abrazo de Illa una nueva teoría por la que para contrarrestar una corriente política que se considera dañina, lo mejor es aliarse con ella. Matarla a besos. Igual funciona. Además, pueden llenar de corazones los atriles y ya estamos en la matraca del amor, que es bueno depende de para qué se use. El sentimentalismo enmascara los peores monstruos de la gestión pública, pues todas las decisiones, incluso las más falaces, pueden esconderse bajo la apariencia de un acto de generosidad. Al disparo que remata al fusilado se le llama «tiro de gracia».