Elecciones catalanas

Reencuentro en San Valentín

Nada en la campaña hay que aluda a alternativas políticas para salir de la crisis o medidas o compromisos innovadores para detener de una vez el maldito virus. Nada

De repente, Cataluña. Otra vez a portadas. Otra vez en el lugar en que la dejamos hace un año cuando todo esta crisis nos estalló en las manos y se lleva aún por delante vidas y haciendas, sueños y esperanzas de cientos de miles de familias.

Este año San Valentín viene con barretina calada y repartiendo incertidumbre,.

La campaña está siendo de «noes» y desmarques. Se comprometen más a lo que no van a hacer que a lo que están dispuestos a conseguir. Eso de ofrecerse al personal que vota en negativo, advirtiendo de lo que no son y de con quien no van a ir, es una curiosa forma de acción política. Torpe, además. Si te comprometes a conseguir un objetivo y no lo alcanzas, siempre puedes argumentar que dificultades imprevistas o cálculos erróneos te han impedido llegar a él. Pero si dices que no a algo –una alianza, un voto, un acuerdo– es muy difícil disfrazar el sí. No es lo mismo no alcanzar la meta que correr en dirección contraria.

Hay que guardar en el archivo los compromisos del hombre tranquilo, Illa, y el activista contenido, Aragonés, de no pactar uno con otro bajo ningún concepto. Nada con Esquerra, nada con el PSC. Veremos qué sucede el 15 de febrero.

Entretanto, y abriendo algo más el foco, lo que tenemos es ese reencuentro con la sobreexposición de la crisis catalana. Crisis nuclear, cierto. Asunto de delicada trascendencia nacional, desde luego. Pero recuperada como si nada de lo que está pasando hubiera sido real. Como si lo que nos atenaza a todos y machaca a los sanitarios, fuera un paréntesis que, recogiendo la tenaz estrategia sanchista, se ubicara en el pasado, y en este 2021 estuviéramos de despedida.

La única conexión de esta campaña con lo que está pasando en el país –colapso en ucis, paro galopante, destrucción de empresas, ralentización de vacunas, …– es la presencia en ella como candidato del ex Ministro Illa, apenas conocido antes de su paso por el bigobierno y hoy puesto en órbita desde Madrid con la misión oficial de parar al independentismo, pero quizá con alguna instrucción secreta que no por silenciada fuera menos obvia. Entre otras cosas porque resulta difícil vender que se pretende parar a alguien cuando estás pactando con ese alguien el mismísimo gobierno de la nación.

Nada en la campaña se sale del carril del abismo infranqueable entre independencia y constitucionalismo. Nada en la campaña hay que aluda a alternativas políticas para salir de la crisis o medidas o compromisos innovadores para detener de una vez el maldito virus. Nada. Todo lo más, el furor de alguna puigdemona hiperventilada que advertía esta semana de que la crisis no nos hiciera olvidar el independentismo.

Y la verdad, es que algo de razón tenía la mujer. Esta crisis universal, ese destrozo económico y de salud había convertido en cuestión de segundo orden la disputa política sobre Cataluña, el desafío independentista al estado de derecho.

Pero como el dinosaurio de Monterroso, seguía ahí. Sigue aquí. Y hoy, campaña mediante, volviendo a nosotros para enseñarnos que pase lo que pase, la política se sigue haciendo en España con cálculos partidistas y de corto plazo ante los ojos atónitos de un personal agotado ya no sólo de Pandemia. También de la mediocridad de su élite política.