Cataluña

Tú y yo junto a la candela

La escena tiene algo de ‘El beso’ de Gustav Klimt con pasamontañas. A falta de bares, se liga en las barricadas.

El calentón de la violencia se retrata muy bien en una foto de Barcelona de Emilio Morenatti en la que dos jóvenes se besan apasionadamente al trasluz de las llamas de un contenedor volcado sobre el asfalto. La escena tiene algo de ‘El beso’ de Gustav Klimt con pasamontañas. A falta de bares, se liga en las barricadas. La revolución tiene un componente sexual pues el instante, cuando parece definitivo, se presta mucho al amor. Un amigo reportero cuyo nombre omitiremos en este texto se casó y su mujer le prohibió ir a la guerra. Tenía fama justificada de amar mucho y bien durante los bombardeos y de encontrar la pasión en la conjunción inesperada de una boca trémula y un edificio a punto de venirse abajo por el impacto de un obús. Lo recuerdo, gallardísimo, en una foto en la que se fumaba un puro en las escaleras del palacio de Sadam. Su mujer le tiró por la ventana el chaleco antibalas temiendo terminar cualquier día vestida de luto o adornada con un par de cuernos de Mesopotamia. A cambio, mi amigo se quitaba el mono cubriendo los incendios que arrasaban los bosques en verano y, cuando se quemaba su país, salía de la redacción con lo puesto y volvía a los dos o tres días con un par de kilos menos, la ropa hecha jirones, la cara tiznada y apestando a humo. Después, cada vez que se aparecía por el periódico uno de esos pisaverdes que vienen regularmente a enseñar cómo se hace el periodismo, mi amigo le preguntaba: “Oye, ¿y tú cuántos incendios has cubierto?”

Barcelona, jueves noche, tú y yo junto a la candela. La barricada posee la épica del calentón gracias a la cuál han conseguido amancebarse los hombres menos dotados para el juego del amor. Hablamos de la hegemonía del luchador y las leyes de la jerarquía en cuya cima siempre aparece el temible gudari. A este esquema ha tenido que recurrir de nuevo Pablo Iglesias, que por momentos parecía un perrito pomerania sentado en el Consejo de Ministros de Sánchez. Con el amparo consciente de la ‘chalé borroka’ pretende recuperar desde el Gobierno su ‘machoalfismo’ y el encanto de luchador quincemayista que parecía perdido ‘a jamais’ entre el chalé de la Navata, el coche oficial y la familia numerosa.

Una de las claves del éxito de la violencia callejera es que da la oportunidad de echar un caliqueño a chavales que de otro modo hubieran llegado vírgenes a los cuarenta. Esto mismo pasó en Euskadi en los días en los que en las calles mandaba Jarrai. Gracias a la épica de la gasolina, chavalillos sinsorgos vivían como príncipes rodeados de un harén de jovencitas revolucionarias, diosas políticas a las que nunca hubieran optado de haber vivido dentro de la ley. Ellas los seguían hechizadas por su idealismo, por su compromiso político y por la promesa de que, si hacían arder la ciudad con sus propias manos, qué no harían arder con la bragueta. Muchos siguieron el camino de la violencia y se arriesgaron a ser proscritos porque preferían dormir en comisaría a dormir solos. Digo que esta promoción de ‘fuckers’ de cóctel molotov se nutre gracias a los mecanismos de fascinación por el matonerío en tipos que no valen un duro y que es la misma en Hernani, en Raqqa y en los disturbios de Madrid y Barcelona a cuenta de el encarcelamiento de un raperillo. El héroe Hasel es un buen ejemplo de esto mismo pues, incluso admitiendo que quizás esconda encantos inesperados -nunca se sabe-, lo observo sin tomar en cuenta su historial delictivo y podría confundirlo con el tonto del pueblo.